domingo, 30 de agosto de 2009

Problema

Luego de la clase del martes, pude cumplir dos de los tres objetivos que tenía sobre mi proyecto:
1) Considerar a la chica que hizo el viaje y vive la experiencia como una persona diferente a la que años después cuenta la historia, y hacérselo entender al lector.
2) Describir más los hechos narrativos en los que se intenta demostrar lo "gratificante del viaje", que no sea un resumen, sino que se cuente el por qué del sentimiento.
Y en el tercer objetivo encuentro un problema:
3) Encontrar un interés más allá de mi experiencia sobre la inundación.
En este punto me confundo, ya que yo hago una especie de "crónica en el recuerdo", cuento lo que viví: lo que ví, leí, etc. No sé como desenvolverme correctamente para encontrar ese interés... Si alguien pudiera ayudarme lo agradecería mucho!!!

lunes, 17 de agosto de 2009

Primer Borrador

Era una mañana más en el colegio. Todos estábamos contentos de que la hora de matemática por fin estuviese llegando a su fin, aunque no contábamos con que el rector aparecería para comunicarnos una propuesta.
Entró al aula pidiendo permiso a la profesora, nos saludó a todos cordialmente y nos contó sobre la movilización que se empezaría a llevar a cabo la semana siguiente. Todos estábamos al tanto de la destrucción que había provocado la inundación de Santa Fe, la peor de su historia, según diarios y noticieros. Nuestro colegio, en un convenio con la Universidad Maimónides de Caballito, proponía la solidaridad con la provincia afectada. A partir del día lunes todos deberíamos llevar alimento no perecedero, ropa, cualquier cosa que pueda servir para ayudar a las personas santafesinas a sobreponerse tras la catástrofe. Todo lo que lográramos juntar, se llevaría en un viaje a Santa Fe a un barrio carenciado que había sido víctima de la inundación. Ese viaje podrían realizarlo alumnos de tercer, cuarto y quinto año de secundaria, junto con profesionales y estudiantes del último año de la Universidad del departamento de Odontología, Enfermería y Medicina.
Cuando llegué a mi casa conté detalladamente lo sucedido en el colegio ese día y le dije a mis papás que deseaba ir a ayudar. Aceptaron, aunque esperarían la nota oficial que nos mandaría el lunes por la mañana.
Me encerré en mi cuarto y busqué por internet todo lo relacionado a la inundación y al barrio carenciado al que ayudaríamos. Me impactó leer en el diario Clarín, un artículo que bajo el nombre de “Correo de Lectores”, escribió una señora diciendo: “… Resido en la ciudad y viví en carne propia esta tragedia. Fui voluntaria en varias zonas de Santa Fe. Primero estuve en Recreo y luego en barrios como Santa Rosa de Lima, donde el agua llegó a alturas absolutamente impensadas.
No sé cuantos muertos pudo haber habido. Pero yo misma pude ver que fueron muchos los cadáveres que se encontraron. Y sí puedo asegurar que hubo y hay desaparecidos, gente que no creo que se vaya a encontrar. En la lancha en la que nos manejábamos hemos visto cadáveres, sólo que los levantaba prefectura para que no se los llevara el río…“. Este artículo me dejó petrificada en mi asiento. Seguí leyendo y encontré uno en el que un hombre mayor decía: “En las calles y en las casas las huellas de la inundación están demasiado cercanas. Zanjones con basura y olor fétido, socavones en un asfalto partido, habitaciones filtradas por una humedad que no cesa, cielorrasos que se caen a pedazos. Faltan los muebles en casi todas las casas. Eran muebles de aglomerado, así que hubo que quemarlos. ¿Pero cómo se reemplazan?”.
Definitivamente nos esperaba un panorama atroz. Seguí buscando y encontré fotos que confirmaban la destrucción de muchos lugares de Santa Fe.
A la noche me costó dormirme. No sabía si era por la excitación de saber que tendría el viaje en una semana, o por los sentimientos que me dejó leer los artículos y ver las fotos que encontré. Al día siguiente (sábado por la tarde) comencé a realizar una profunda limpieza de mi guardarropa junto a mi mamá, sacando todas las prendas que ya no usaba tanto yo, como mi hermano y mis papás. Juntamos una buena cantidad y las guardé en bolsas con mi nombre para poder identificarlas más adelante.
El fin de semana pasó y llegó el esperado lunes. Nos mandaron el comunicado oficial diciendo que los alumnos que quisieran participar necesitarían las autorizaciones de sus padres. Éramos muchos los que queríamos participar del viaje solidario y por suerte todos habíamos llevado algo con lo que podíamos ayudar.
Luego de que mis papás firmaran el permiso, no me quedó más que esperar a que llegara el lunes siguiente. La espera se me hizo eterna. Con mis compañeros no comentábamos otra cosa que no tuviese que ver con nuestro próximo viaje.
El lunes a las diez de la noche nos juntamos en la Universidad asociada con el colegio para también brindar ayuda, y subimos al micro todo lo que habíamos estado guardando en el colegio para llevar: ropa, comida, algunos colchones, etc.
Tras las despedidas, no quedó más que partir hacia nuestro objetivo. La noche se pasó rápido, algunos durmieron, otros hablaban entre risas, chistes y cantos, y algunas personas solo escucharon música.
El paisaje de la ruta no pudo apreciarse demasiado debido a que era de noche, pero como nunca había viajado a la madrugada me abstraía ver por la ventana de mi asiento el camino poco iluminado que hacía el micro. Como en todo viaje, los sentimientos que se sienten son muchos. En este caso tenían que ver con el hecho de ayudar a toda la gente necesitada por un lado, y el nerviosismo por la expectativa sobre lo que estábamos próximos a vivir.
A medida que comenzamos a acercarnos a la quinta donde nos hospedaríamos (quedaba cerca del barrio carenciado al que ayudamos), tomamos conciencia de los estragos que había causado la inundación. Por todos los lugares que pasamos vimos la marca del agua, nada había quedado libre a su dominación. Casas, autos, locales, todo estaba en un estado deplorable. Era increíble ver personalmente las imágenes que en mi casa me había paralizado frente a la computadora y al televisor. El impacto de ese momento provocó un nudo en el pecho de cada uno de los que estaba allí. Fue uno de los momentos más tristes que viví en mi corta vida. Esas personas necesitaban ayuda, urgente.
Llegamos a la quinta, nos acomodamos rápidamente, tomamos un buen desayuno y nos preparamos para el nuevo y esperado viaje hacia el barrio carenciado. Subimos al micro con mezcla de excitación y miedo ante no saber el panorama con el que nos encontraríamos.
Al llegar nos esperaba un paisaje absolutamente escalofriante. Sobre las calles de tierra yacían algunas casas en muy mal estado: con paredes resquebrajadas, techos de chapa volados, sin puerta, sin ventanas, nada de vidrios, nada de seguridad, sin muebles, vacías, llenas de humedad, inhabitables. A diferencia de la ciudad, el barrio carecía de autos y de muchedumbre, no había nadie por los distintos caminos, parecía despoblado. La escuelita en donde nos instalamos para llevar a cabo las distintas actividades era pequeña, con aulas en estado catastrófico, paredes sucias, sin pintar, sillas, mesas y armarios rotos, también con problemas de humedad, techos que no inspiraban mucha confianza, olores raros, etc. Creo que las palabras no alcanzan para describir el sentimiento de todos al presenciar aquello.
Enseguida nos encontramos con el grupo acompañante de la universidad que nos esperaba para comenzar con la labor solidaria. Nos separamos en grupos grandes liderados por los profesionales. Una vez ubicados en las distintas aulas de la escuela para realizar las diferentes actividades, la gente del pequeño colegio santafesino con la que se habían puesto en contacto el rector de nuestro colegio y el de la universidad, comenzó a llamar a las personas del barrio para decirles que estábamos allí para ayudar, que podían venir tanto a un chequeo médico como para retirar alimentos y todas las cosas que habíamos llevado. De a poco empezaron a llegar personas de todas las edades. Grandes, chicos, hombres, mujeres, y animales que seguían a sus dueños: como algunos perros, gatos callejeros y hasta caballos.
Lo que sentí en los momentos en que les dábamos todo lo que habíamos llevado, es imposible de describir, no me alcanzan los diccionarios de sinónimos para poder explicar detalladamente el sentimiento que produjo en mí las sonrisas de aquellas personas debido a nuestra presencia y ayuda. Y como nosotros no teníamos palabras para hacer entender a los demás lo que habíamos vivido, aquellas personas tampoco encontraron las palabras suficientes para agradecernos todo lo que hacíamos por ellos.
Cada actividad en la que participé me brindó distintas experiencias, algunas relacionadas con la gratificación de las personas, y otras con la ignorancia de un lugar debido a que desgraciadamente muchos no asistían a escuelas.
Uno de los momentos que más me sorprendió y sobresaltó fue trabajando en el área de Odontología, donde regalamos cepillos dentales y enseñamos la manera adecuada para una buena limpieza. Todos los niños al principio, mientras los repartíamos, no tenían muy en claro lo que era y creían que servía para cepillarse el pelo. Desgraciadamente, muchos adultos también. A algunos se les caía el cepillo al suelo y sin importarles el hecho de estar sucio y lleno de tierra (así eran todas las calles del lugar), volvían a meterlo en su boca.
Otro momento que me tomó desprevenida, fue cuando estaba en el área de doctores. Pronuncié el nombre de una persona con voz fuerte y clara luego de que uno de los doctores me lo indicara y un hombre mayor se aproximo hacia mí. Lo acompañé hacia el consultorio y cerré la puerta al irme. Minutos después el hombre salió. Me dijo que el médico le había dado una vacuna que no tenía y que ahora iba a su casa para traernos como regalo un adorno suyo. El hombre, con lágrimas en los ojos, me abrazó fuertemente mientras me agradecía todo lo que estábamos haciendo por ellos. Le respondí también con lágrimas en los ojos ante esa demostración de afecto inesperada, que no debía agradecernos, que esto es lo que todas las personas deberían hacer. Fue uno de los momentos más gratificantes que tuve en mi vida.
Como esta anécdota pude llevarme muchas, aunque algunas no tan buenas: en una ocasión una niña de 16 años con 3 hijos (uno en brazos de menos de un año) nos decía que si podíamos que nos lleváramos a uno, ya que seguramente le daríamos una mejor vida que ella y que en cuanto mejorara su situación, que se lo llevemos de vuelta. Esto habla por un lado, del amor de una madre que aunque niña sabe como es su realidad y quiere lo mejor para sus hijos, y por otro lado nos muestra la situación en la que se encontraban todas las personas que habitaban allí.
Así transcurrieron tres días. Nos levantábamos temprano, desayunábamos y nos embarcábamos rumbo al barrio para ayudar a más gente. Finalmente el último día llegó. En una de las aulas de la escuela, algunas personas del barrio (madres, maestras, niños, etc.) nos hicieron un pequeño festejo como forma de agradecimiento por haber ido. Dieron un pequeño discurso sobre lo que significaba para ellos nuestro viaje: ayudarlos a volver a empezar. Demostramos que si todos colaboramos es posible salir adelante. Nuestro rectos contestó emocionado: “… Todos formamos parte de un mismo país, una misma nación. Todos debemos ayudarnos cuando nos necesitamos, solo así podremos mantenernos unidos y fuertes…”.
El viaje de vuelta lo utilizamos para descansar, dormimos la mayor parte del tiempo. Cuando llegamos no podíamos parar de contar todo lo que habíamos vivido. Sabíamos que nos habíamos marchado dejando muchas necesidades insatisfechas, pues necesitaban más cosas, pero ayudamos a que un pequeño barrio carenciado este en mejores condiciones y les sea más fácil volver a empezar de nuevo. No volvimos a realizar otro viaje, pero si seguimos enviando cosas que pudimos juntar en las semanas siguientes.
Después de haber vivido esa experiencia, no puedo más que afirmar que para mí, el viaje solidario es el más gratificante que pueda existir. Renueva el alma y se ayuda al que lo necesita. Fue una experiencia única e increíble, que jamás olvidaré.

Investigación realizada para el proyecto

DOMINGO 26/06/2003 (DIARIO CLARÍN)

AS CARTAS Y DEBATES DE LOS LECTORES DE ZONA

"Correo de lectores"
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Inundación en Santa Fe

El domingo 1 de junio de 2003, bajo el título La mitología que fue creciendo con el agua del suplemento Zona; se mencionan dichos y sucesos que ocurrieron en la ciudad de Santa Fe en circunstancias conocidas por todos como fue la inundación.

Resido en la ciudad y viví en carne propia esta tragedia. Fui voluntaria en varias zonas de Santa Fe. Primero estuve en Recreo y luego en barrios como Santa Rosa de Lima, donde el agua llegó a alturas impensadas.

No sé cuantos muertos pudo haber habido. Pero yo misma pude ver que fueron muchos los cadáveres que se encontraron. Y sí puedo asegurar que hubo y hay desaparecidos, gente que no creo que se vaya a encontrar. En la lancha en la que nos manejábamos hemos visto cadáveres, sólo que los levantaba prefectura para que no se los llevara el río.

El hecho de haber estado allí y haber sido testigos oculares del drama nos ha dado un panorama distinto al que, lamentablemente, tienen aquellas personas que lo han visto por televisión o que opinan habiendo llegado al lugar varios días después de comenzada la tragedia, Saqueos hubo y los hay.

No es difícil robar en una casa inundada, hemos visto levantar la chapa de los techos y sacar cosas de adentro, subidos a una lancha. Hemos tenido que enfrentar tiros al llevar alimentos a los que estaba en los techos, cuidando las pocas cosas que habían podido salvar; yo pregunto, todos los que estuvimos ahí, ¿soñamos los tiros? Le digo al doctor citado en la nota que fuimos varios los que sentimos las balas cerca de la cabeza.

Me crié en barrio Roma, una zona que jamás se inundaba. Allí, mis padres estuvieron sin luz 4 días. Otros estuvieron a oscuras 15. ¿Se imaginan lo difícil que es tratar de cuidar que nadie robe? Les puedo asegurar que la teoría de que es difícil robar una casa inundada no la cree nadie.

El agua ya estaba en estado de putrefacción después de varios días. Había que limpiar los tanques de agua y ciertamente el agua no era bebible... salía hasta con barro. Nadie en su juicio tomaría ese agua.

Las donaciones llegaron, y damos gracias a todos por eso. Solo quería que supieran que no comparto algunas de las cosas que se dijeron en Zona. Como santafesina y como víctima indirecta de esta inundación, quería aclarar mi posición (que es la de muchos): no tenemos delirios ni suponemos nada, simplemente lo hemos vivido y padecido en carne propia.

Gracias por recibir una opinión de una asidua lectora de Clarín.

Indiana Giupponi
Santa Fe




17/08/2003 (DIARIO CLARÍN)

LO QUE EL AGUA SE LLEVO
Santa Fe: crónica de náufragos y creyentes

Hace casi cuatro meses la ciudad de Santa Fe vivió la peor inundación de su historia. Ahora, entre el temor al agua y la fe en que el río Salado no salga de su cauce, los inundados tratan de rehacer su vida. Pero las cicatrices no cierran, la pesadumbre continúa, y la mayoría critica a todos los políticos. Hay mucha pobreza y falta trabajo. Lo que más se rescata: la solidaridad de los argentinos.
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Alberto González Toro. DE LA REDACCION DE CLARIN
Zelma, una nena de siete años, ha dibujado una casita y a siete chicos tomados de la mano. Una muñeca de trapo se apoya sobre el vallado que separa a estos vecinos de la Casa de Gobierno de Sante Fe. Se puede leer en un cartelito improvisado: "Queremos volver a nuestros hogares porque estamos cansados de dormir en el suelo tapados con un trapo de pizo. Queremos que arreglen nuestra casa. No queremos ni agua ni papel. Sólo queremos material para volver".

Hay dos carpas, unos cuantos vecinos, e infinitos objetos rescatados del naufragio. Casi con desesperación, estos inundados se aferran a mínimos detalles que les autoafirman su identidad hecha añicos. Fotos que casi no se ven, juguetes rotos, discos de pasta, imágenes de vírgenes, pedazos de almanaque, una vieja máquina de escribir, trozos de cartas, una fotito con el cuerpo fragmentado de una adolescente vestida de blanco: hay una leyenda y con esfuerzo se lee "Hoy es mi noche". ¿Un cumpleaños de 15?

"Es un museo de la memoria", dice Daniel López, del barrio Chalet, uno de los más afectados. Desde luego, "Chalet" es un apelativo irónico. La ironía es una de las virtudes de los hinchas de Colón, y López es un hincha fanático del sabalero. "Si no nos reímos un poco ya estaríamos muertos", comenta López, que con gran rapidez va en su silla de ruedas de un lugar a otro de la plaza. "Vamos a esperar pacíficamente hasta el 7 de septiembre, siempre aquí, hasta que nos reciba alguien del Gobierno. Después, cuando sean elegidos los nuevos, si no nos dan respuesta las cosas pueden ponerse feas." Hasta ahora (jueves a las seis de la tarde) "jamás vino un político a preguntar qué necesitamos". El irónico López, dice: "Están preocupados por las elecciones".

Pero no todo es desesperanza. "La solidaridad de los argentinos fue conmovedora. Esa vez, los ricos no se olvidaron de los pobres, y los menos pobres tampoco se olvidaron de los más pobres", reflexiona el padre Félix Debuchy, media hora después de haber celebrado misa en la Catedral. Ahora está junto a este enviado en la cafetería "Fausto", en San Martín y Moreno. "Estoy cansado, me levanté a las seis de la mañana", dice, como justificando el café doble que pide. Mientras pita un cigarrillo negro, Debuchy extiende sobre la mesa una nota que escribió en los días de la inundación para un periódico local que, finalmente, no le publicaron. Así comienza: "Era un Mercedes colorado aunque embarrado, de la generación del 90. Tiraba ágilmente del trailer y su regia lancha fuera de borda. El paraje no le era familiar, tampoco para mí. Sólo sé que iba hacia el desmadrado Salado, y no porque tuviera allí su amarra. Su dueño, además, jamás se hubiese internado tan lejos de Avenida Freyre, en primer lugar porque allí nadie lo esperaba. En segundo lugar porque un espejo roto —una pedrada, un manotazo— le saldría caro y si fuera el parabrisas no digamos nada. Sí, la gente es mala con los Mercedes. ¿Qué hacía entonces tan raudo hacia el Oeste, ese 3 de mayo de 2003? ¿Tendría algún primo o cuñado en un techo? Puesto a conjeturar, no fue ésa la hipótesis que hilvané esa mañana. Tampoco pensé que el dueño de auto tan noble lo hubiese escuchado a nuestro Arzobispo, no porque la gente pudiente nunca oiga a los arzobispos, sino porque todavía Monseñor Arancedo no había dicho en Guadalupe —eso fue al día siguiente, el 4— lo de ''refundar Santa Fe''. Frase que fue tomada después en préstamo por el preocupado gobierno provincial, y enhorabuena".

En las calles y en las casas de Santa Rosa de Lima, las huellas de la inundación están demasiado cercanas. Zanjones con basura y olor fétido, socavones en un asfalto partido, habitaciones filtradas por una humedad que no cesa, cielorrasos que se caen a pedazos. Faltan los muebles en casi todas las casas. "Eran muebles de aglomerado, así que hubo que quemarlos. ¿Pero cómo se reemplazan?", se pregunta Arguinchona. Las donaciones de comida y ropa han sido y son muchísimas, pero escasearon los donativos de muebles y artefactos para el hogar. El gobierno de Reutemann ha otorgado un subsidio de mil doscientos pesos a cada familia afectada (ese subsidio no ha llegado, todavía, a muchísimas familias; prosigue el lento censo de miles de damnificados).

¿Y cómo se reemplazan la memoria, los recuerdos, la intimidad hecha trizas de las personas? "La pesadumbre es muy grande. Se han perdido escrituras, el registro de nacimientos y casamientos que teníamos en la parroquia, el libro matriz de las dos escuelas, y hasta los papeles de una escritora del barrio que perdió su máquina de escribir", resume Arguinchona.

Pero a pocas cuadras, en los barrios periféricos, la inundación está siempre presente. Entre los más olvidados están las prostitutas, que no recibieron subsidios y por más de un mes se quedaron sin trabajo. "Estuvimos más de veinte días con agua. Y ahora casi no tenemos clientes. Cuando el río cruzó el terraplén, fue como una catarata. Este no es un lugar seguro", dice una morocha que trabaja en un cabaret de la calle Lamadrid, en el límite de la ciudad. Una minifalda deja ver sus gruesos muslos. "Sólo Dios sabe qué pasará con el agua. Mientras tanto hay que seguir viviendo. Otra no nos queda. Si vienen clientes, mejor". Y, sí: sólo Dios sabe.

Notas de lectura de “Memoricidio” de Juan Goytisolo

Al comenzar a leer este capítulo, pude visualizar con facilidad el panorama que el autor describía de la guía de Sarajevo de hacía años atrás. Este hecho me trasladó a ese momento donde la ciudad con su barrio popular de los basares, comerciantes, turistas, etc. resplandecía ante la mirada y el disfrute de muchos. Cuando tiempo después el lugar es atacado dejando a su paso ruinas, infelicidad y horror, no pude más que sentir repulsión ante la imagen que el narrador detalla. Repulsión hacia la guerra y lo que provoca: muerte, hambre, pobreza y más necesidades que urgentemente deben ser satisfechas.
Este capítulo me movilizó mucho, no solo por el acontecimiento narrado sino por la comparación que el autor realizó en el antes y después de la ciudad: en leer la guía y tener una imagen del lugar, y luego ver la devastadora situación que la guerra había dejado; ya que viví una experiencia parecida.
No fue una guerra, sino otro acontecimiento igual de devastador: un desastre natural. Yo sabía como era el lugar por fotos y comentarios de personas que habían estado allí antes de que se produjera la inundación, y cuando luego contemplé las ruinas y lo poco que había quedado, fue muy chocante.
Esa comparación que el autor realiza me identificó con lo que me sucedió a mí y fue lo que me llevó a elegir este texto para buscar ideas.

Plan de Trabajo

Anteriormente ya expuse la idea de mi proyecto: relatar el desastre producido por las inundaciones en Santa Fe en el año 2003 desde mi punto de vista: una alumna que a través de un viaje solidario va con el colegio a ayudar al barrio carenciado y vive una experiencia única, además de contar la historia (el porqué, cómo) de la inundación. Para la realización de este trabajo, elegí el texto de Juan Goytisolo “Memoricidio” (forma parte de Territorio – La Guerra) como marco teórico. Me identifiqué con la manera en la que el autor redacto lo que vivió. Me recordó como yo misma había vivido una experiencia parecida al leer sobre un barrio muy humilde (en mi caso) que trata de satisfacer sus necesidades de algún modo, y luego ver todo el esfuerzo destruido (no por la guerra, sino por el fenómeno natural: la inundación).
Para relatar este acontecimiento, voy a hacer uso de la estructura narrativa (dentro de los géneros discursivos), con el formato de Crónica, ya que creo que es lo que mejor de adapta al tipo de texto que quiero crear y en el que mejor voy a poder expresar todo lo que sentí. Voy a ser no solo la autora de mi proyecto, sino también la narradora.