lunes, 17 de agosto de 2009

Investigación realizada para el proyecto

DOMINGO 26/06/2003 (DIARIO CLARÍN)

AS CARTAS Y DEBATES DE LOS LECTORES DE ZONA

"Correo de lectores"
_______________________________________

Inundación en Santa Fe

El domingo 1 de junio de 2003, bajo el título La mitología que fue creciendo con el agua del suplemento Zona; se mencionan dichos y sucesos que ocurrieron en la ciudad de Santa Fe en circunstancias conocidas por todos como fue la inundación.

Resido en la ciudad y viví en carne propia esta tragedia. Fui voluntaria en varias zonas de Santa Fe. Primero estuve en Recreo y luego en barrios como Santa Rosa de Lima, donde el agua llegó a alturas impensadas.

No sé cuantos muertos pudo haber habido. Pero yo misma pude ver que fueron muchos los cadáveres que se encontraron. Y sí puedo asegurar que hubo y hay desaparecidos, gente que no creo que se vaya a encontrar. En la lancha en la que nos manejábamos hemos visto cadáveres, sólo que los levantaba prefectura para que no se los llevara el río.

El hecho de haber estado allí y haber sido testigos oculares del drama nos ha dado un panorama distinto al que, lamentablemente, tienen aquellas personas que lo han visto por televisión o que opinan habiendo llegado al lugar varios días después de comenzada la tragedia, Saqueos hubo y los hay.

No es difícil robar en una casa inundada, hemos visto levantar la chapa de los techos y sacar cosas de adentro, subidos a una lancha. Hemos tenido que enfrentar tiros al llevar alimentos a los que estaba en los techos, cuidando las pocas cosas que habían podido salvar; yo pregunto, todos los que estuvimos ahí, ¿soñamos los tiros? Le digo al doctor citado en la nota que fuimos varios los que sentimos las balas cerca de la cabeza.

Me crié en barrio Roma, una zona que jamás se inundaba. Allí, mis padres estuvieron sin luz 4 días. Otros estuvieron a oscuras 15. ¿Se imaginan lo difícil que es tratar de cuidar que nadie robe? Les puedo asegurar que la teoría de que es difícil robar una casa inundada no la cree nadie.

El agua ya estaba en estado de putrefacción después de varios días. Había que limpiar los tanques de agua y ciertamente el agua no era bebible... salía hasta con barro. Nadie en su juicio tomaría ese agua.

Las donaciones llegaron, y damos gracias a todos por eso. Solo quería que supieran que no comparto algunas de las cosas que se dijeron en Zona. Como santafesina y como víctima indirecta de esta inundación, quería aclarar mi posición (que es la de muchos): no tenemos delirios ni suponemos nada, simplemente lo hemos vivido y padecido en carne propia.

Gracias por recibir una opinión de una asidua lectora de Clarín.

Indiana Giupponi
Santa Fe




17/08/2003 (DIARIO CLARÍN)

LO QUE EL AGUA SE LLEVO
Santa Fe: crónica de náufragos y creyentes

Hace casi cuatro meses la ciudad de Santa Fe vivió la peor inundación de su historia. Ahora, entre el temor al agua y la fe en que el río Salado no salga de su cauce, los inundados tratan de rehacer su vida. Pero las cicatrices no cierran, la pesadumbre continúa, y la mayoría critica a todos los políticos. Hay mucha pobreza y falta trabajo. Lo que más se rescata: la solidaridad de los argentinos.
________________________________________

Alberto González Toro. DE LA REDACCION DE CLARIN
Zelma, una nena de siete años, ha dibujado una casita y a siete chicos tomados de la mano. Una muñeca de trapo se apoya sobre el vallado que separa a estos vecinos de la Casa de Gobierno de Sante Fe. Se puede leer en un cartelito improvisado: "Queremos volver a nuestros hogares porque estamos cansados de dormir en el suelo tapados con un trapo de pizo. Queremos que arreglen nuestra casa. No queremos ni agua ni papel. Sólo queremos material para volver".

Hay dos carpas, unos cuantos vecinos, e infinitos objetos rescatados del naufragio. Casi con desesperación, estos inundados se aferran a mínimos detalles que les autoafirman su identidad hecha añicos. Fotos que casi no se ven, juguetes rotos, discos de pasta, imágenes de vírgenes, pedazos de almanaque, una vieja máquina de escribir, trozos de cartas, una fotito con el cuerpo fragmentado de una adolescente vestida de blanco: hay una leyenda y con esfuerzo se lee "Hoy es mi noche". ¿Un cumpleaños de 15?

"Es un museo de la memoria", dice Daniel López, del barrio Chalet, uno de los más afectados. Desde luego, "Chalet" es un apelativo irónico. La ironía es una de las virtudes de los hinchas de Colón, y López es un hincha fanático del sabalero. "Si no nos reímos un poco ya estaríamos muertos", comenta López, que con gran rapidez va en su silla de ruedas de un lugar a otro de la plaza. "Vamos a esperar pacíficamente hasta el 7 de septiembre, siempre aquí, hasta que nos reciba alguien del Gobierno. Después, cuando sean elegidos los nuevos, si no nos dan respuesta las cosas pueden ponerse feas." Hasta ahora (jueves a las seis de la tarde) "jamás vino un político a preguntar qué necesitamos". El irónico López, dice: "Están preocupados por las elecciones".

Pero no todo es desesperanza. "La solidaridad de los argentinos fue conmovedora. Esa vez, los ricos no se olvidaron de los pobres, y los menos pobres tampoco se olvidaron de los más pobres", reflexiona el padre Félix Debuchy, media hora después de haber celebrado misa en la Catedral. Ahora está junto a este enviado en la cafetería "Fausto", en San Martín y Moreno. "Estoy cansado, me levanté a las seis de la mañana", dice, como justificando el café doble que pide. Mientras pita un cigarrillo negro, Debuchy extiende sobre la mesa una nota que escribió en los días de la inundación para un periódico local que, finalmente, no le publicaron. Así comienza: "Era un Mercedes colorado aunque embarrado, de la generación del 90. Tiraba ágilmente del trailer y su regia lancha fuera de borda. El paraje no le era familiar, tampoco para mí. Sólo sé que iba hacia el desmadrado Salado, y no porque tuviera allí su amarra. Su dueño, además, jamás se hubiese internado tan lejos de Avenida Freyre, en primer lugar porque allí nadie lo esperaba. En segundo lugar porque un espejo roto —una pedrada, un manotazo— le saldría caro y si fuera el parabrisas no digamos nada. Sí, la gente es mala con los Mercedes. ¿Qué hacía entonces tan raudo hacia el Oeste, ese 3 de mayo de 2003? ¿Tendría algún primo o cuñado en un techo? Puesto a conjeturar, no fue ésa la hipótesis que hilvané esa mañana. Tampoco pensé que el dueño de auto tan noble lo hubiese escuchado a nuestro Arzobispo, no porque la gente pudiente nunca oiga a los arzobispos, sino porque todavía Monseñor Arancedo no había dicho en Guadalupe —eso fue al día siguiente, el 4— lo de ''refundar Santa Fe''. Frase que fue tomada después en préstamo por el preocupado gobierno provincial, y enhorabuena".

En las calles y en las casas de Santa Rosa de Lima, las huellas de la inundación están demasiado cercanas. Zanjones con basura y olor fétido, socavones en un asfalto partido, habitaciones filtradas por una humedad que no cesa, cielorrasos que se caen a pedazos. Faltan los muebles en casi todas las casas. "Eran muebles de aglomerado, así que hubo que quemarlos. ¿Pero cómo se reemplazan?", se pregunta Arguinchona. Las donaciones de comida y ropa han sido y son muchísimas, pero escasearon los donativos de muebles y artefactos para el hogar. El gobierno de Reutemann ha otorgado un subsidio de mil doscientos pesos a cada familia afectada (ese subsidio no ha llegado, todavía, a muchísimas familias; prosigue el lento censo de miles de damnificados).

¿Y cómo se reemplazan la memoria, los recuerdos, la intimidad hecha trizas de las personas? "La pesadumbre es muy grande. Se han perdido escrituras, el registro de nacimientos y casamientos que teníamos en la parroquia, el libro matriz de las dos escuelas, y hasta los papeles de una escritora del barrio que perdió su máquina de escribir", resume Arguinchona.

Pero a pocas cuadras, en los barrios periféricos, la inundación está siempre presente. Entre los más olvidados están las prostitutas, que no recibieron subsidios y por más de un mes se quedaron sin trabajo. "Estuvimos más de veinte días con agua. Y ahora casi no tenemos clientes. Cuando el río cruzó el terraplén, fue como una catarata. Este no es un lugar seguro", dice una morocha que trabaja en un cabaret de la calle Lamadrid, en el límite de la ciudad. Una minifalda deja ver sus gruesos muslos. "Sólo Dios sabe qué pasará con el agua. Mientras tanto hay que seguir viviendo. Otra no nos queda. Si vienen clientes, mejor". Y, sí: sólo Dios sabe.

No hay comentarios:

Publicar un comentario