domingo, 15 de noviembre de 2009

Cómo surgió mi idea para el proyecto

Luego de haber subido mi borrador, voy a develar cómo llegué a ese tema.

A decir verdad, al principio no supe sobre que escribir. No tenía muy en claro el camino que quería elegir para mi trabajo. Luego comencé a considerar mis opciones, me gustaba un tema en particular: mi viaje a Santa Fe (sobre el que escribí en mi proyecto narrativo), pero redactado con un sentimiento de ironía. Me gustaba lo que había hecho Swift, pero sabía que no era mi estilo, y no estaba segura de si podría cumplir con el requerimiento del sarcasmo humorístico.
Un día después, una idea (en realidad un recuerdo) vino a mi mente: mi texto de experiencia de lectura. ¡Cuánto me había gustado escribirlo! Me había divertido y lo había disfrutado. Sin darme cuenta, tenía una segunda opción: la lectura de un libro preferido. Pero tenía un problema, ¿con qué lo relacionaría para crear una tesis y una cuestión a la cual argumentar? Si bien tenía el tema, aún faltaba.
La respuesta llegó esa tarde, cuando vi a mi hermano mirando la televisión. Le encanta mirar los programas y películas transmitidos por la pantalla chica. En seguida pensé: “¿cómo puede estar horas observando la tele? ¿Cómo puede gustarle tanto?”. Y me di cuenta de la diferencia en lo que ambos considerábamos entretenimiento y distención. Lo que él siento por la tele, yo lo siento por mis libros.
El tema de mi proyecto iba tomando cada vez más forma, gustándome más. Ya tenía una comparación, un problema. Pero aún faltaba algo, con la lectura del libro no sentía que alcanzaba, y pensé en el viaje. Tomé como argumento lo que a mí me sucede cada vez que leo en el jardín de la casa de mi abuela, mi libro preferido: Drácula. Ese pequeño viaje es el que me provee del contexto necesario para terminar de cerrar mi idea.
Una vez que tuve todo esto en claro, me senté y comencé a escribir mi borrador.

martes, 3 de noviembre de 2009

Borrador del proyecto ensayístico

Tras haber pensado un tema, una problemática y la forma de argumentar mi tesis, esta semana traté de realizar un borrador de mi proyecto ensayístico. De esa manera me gustaría comprobar si realmente estoy yendo por un buen camino.


Libro y viaje versus avance tecnológico

Habiendo terminado mi libro preferido, sosteniéndolo aún en la mano, no puedo hacer más que preguntarme: ¿porqué la gente no aprecia más estas historias transcurridas en mundos diferentes al nuestro? ¿Porqué es tan difícil que algunas personas acepten como entretenimiento este mundo de papel?

Como toda sensación única, la de leer y adentrarse en esas dimensiones que tanto nos atrapan, provocan un tipo de sentimiento absolutamente distinto a cualquier otro. No tiene comparación.
Para muchas personas, el avance tecnológico no sólo nos provee de mayores posibilidades para incrementar la comunicación entre los habitantes de los distintos lugares del mundo, por ejemplo; sino que toma un lugar en el ámbito del entretenimiento. ¿Qué mejor para distenderse que un juego de computadora, o las distintas páginas de internet, o un videojuego de PlayStation, o una película, o quizás sólo un programa de televisión? se preguntaran muchos. Bueno, debo contestar que todas estas formas de distenderse, no pueden competir ante la lectura de un buen libro, acompañado del viaje.
Para utilizar cada una de estas cosas es necesaria la tecnología; en otras palabras, no hay otra opción que depender de algo externo a nosotros. A los amantes de la pantalla chica les pregunto: ¿qué harían si van de vacaciones a un lugar donde no haya una en su dormitorio de hotel? ¿Se irían? ¿Sería una condición a la hora de hospedarse? No quiero imaginarme lo que sucedería si luego de buscar un lugar con “entretenimientos” de este estilo, se cortara la luz por tiempo indeterminado. Probablemente morirían. De aburrimiento, de fastidio, el tedio sería insoportable.
No pretendo ser despectiva con las opiniones de quienes gustan de los “entretenimientos falsos”, ni me gustaría ponerme en contra gente que quiero, sólo por que consideran ideas diferentes a las mías. Mi intención no es otra que despertar la curiosidad sobre la mezcla perfecta para relajarse, escapar sólo un rato a la realidad y divertirse: leer durante un viaje.
Si bien es verdad que la televisión se ha convertido en un método para distraerse o sentirse acompañado sin importar el momento del día (ya que funciona las veinticuatro horas para nosotros), no puede ganar una batalla limpia contra la lectura de un libro preferido. Cito a Ítalo Calvino cuando escribe: “…el ideal sería oír la actualidad como el rumor que nos llega por la ventana y nos indica los atascos del tráfico y, las perturbaciones meteorológicas, mientras seguimos el discurrir de los clásicos, que suena claro y articulado en la habitación…”.
Los clásicos, esos textos infaltables en nuestra biblioteca que provocan millones de sentimientos distintos. Cuando leemos “el” libro (seleccionado de entre muchos), creemos su historia, la vivimos paso a paso con el protagonista y hasta a veces uno mismo cree sentirse el héroe. Si nos gustan las novelas románticas, sentimos que también nosotros podemos enamorarnos y vivir un apasionado amor. Si nos gusta la aventura, soñamos con un descubrimiento que nos lleve a transitar caminos peligrosos, con la adrenalina corriendo por nuestras venas. Si nos gustan los textos policiales, nos imaginamos investigando y siguiendo la pista del asesino en un crimen de suma importancia. Y todo esto es posible porque hay un elemento que nos ayuda a sentirnos parte de ese contexto novelístico: el viaje. El causante de sentirnos parte de un mundo de papel que nos abre las puertas y nos invita a formar parte de una historia que quiere ser contada. Es él: el viaje. El que nos provee el lugar y el momento exacto para narrarnos lo que será, no un entretenimiento, sino una realidad distinta que explorar. Es más que un medio de distención, es una dimensión que nos lleva a lugares impensados, siempre dejándonos la duda de volver o no a nuestra realidad. Nos provee de vivir la experiencia de sentir el olor a los árboles de un bosque; o la brisa que siempre vuela junto al mar, mezclada de ese olor salado; o el calor seco de las montañas. No tiene comparación el sentimiento que nos recorre al vivir cada una de estas experiencias, mientras a su vez, nos insertamos en esas historias que no podemos dejar de leer. ¿Qué erigiría: un video juego, un programa de televisión, una película en donde vemos estas mismas imágenes pero no podemos sentir realmente, sólo lo imaginamos; o un libro y un viaje?

Aquí estoy, sentada en el jardín de mi abuela con la novela de Drácula en la mano, mirando la luna y las nubes que comienzan a tapar la luz, sintiendo coma la brisa nada entre los arbustos pasa a mi lado, preguntándome: ¿habrá algo más que un suave viento detrás de esos movedizos matorrales?
En cuanto a mi respecta, el libro (“mi” historia) y el viaje, cumplieron su cometido.

sábado, 10 de octubre de 2009

Trabajo Final

Después de haber resuelto los problemas que se me presentaron y redactar una reescritura de mi trabajo, finalmente entregué el mío hace semanas y ahora subo el resultado de tanto esfuerzo.

Mi viaje

Cuando alguien menciona la palabra viaje, mil ideas recorren mi mente. Mis amadas vacaciones en la costa todos los veranos (mi segundo hogar), que tanto disfruto y adoro; viajes cotidianos como ver y compartir con amigas y familiares; y también pienso en otro tipo de viaje que realicé una vez, hace mucho. Podría llamarlo: “viaje solidario”. Pero, ¿qué es un viaje solidario? para mí es una iniciativa personal, depende de cada uno, y tiene como objetivo ayudar a gente necesitada que está en esa situación por distintos motivos. El viaje que yo realicé tenía como fin ayudar a las personas de un barrio carenciado en Santa Fe, que habían perdido todo debido a la inundación.
En ese momento no tenía idea de que todo lo que vería y viviría me marcaría tanto y me dejaría tan profundamente conmovida como ocurrió. Era sólo una adolescente de quince años, que como toda chica de esa edad, vivía más en mi mundo con mis amigas, familia, etc. y no le prestaba demasiada atención a algunas cosas que sucedían en ese momento en el país, si bien uno está al tanto por no vivir marginado.
Lo recuerdo todo perfectamente. Comenzó una mañana en el colegio. Todos estábamos contentos de que la hora de matemática por fin estuviese llegando a su fin, aunque no contábamos con que el rector aparecería para comunicarnos una propuesta.
Entró al aula pidiendo permiso a la profesora, nos saludó a todos cordialmente y comenzó preguntando si estábamos al tanto sobre lo ocurrido en Santa Fe. Algunos estaban más interiorizados en el tema que otros, así es que contó lo sucedido: la ciudad de Santa Fe se encontraba emplazada en la confluencia del río Salado (al oeste de la ciudad) con el río Paraná, con lo cual el incremento del caudal de cualquiera de esos ríos hace que la ciudad se vea invadida por las agua. Según datos del Instituto Nacional del Agua la crecida que se había efectuado del Salado se produjo a una velocidad increíble. Las lluvias sobre la cuenca media del Salado del 22 al 24 de abril habían generado una onda de crecida que llegó a Santa Fe entre cuatro y cinco días después, provocando una destrucción total de muchos lugares. La inundación pasó a denominarse como la peor de la historia del país.
Luego de la explicación, nos contó sobre la movilización que se empezaría a llevar a cabo la semana siguiente. Nuestro colegio, en un convenio con la Universidad Maimónides de Caballito, proponía solidarizarse con la provincia afectada. A partir del día lunes todos deberíamos llevar alimento no perecedero, ropa, cualquier cosa que pueda servir para ayudar a las personas santafesinas a sobreponerse tras la catástrofe de semejante envergadura. Todo lo que lográramos juntar, se llevaría en un viaje a Santa Fe a un barrio carenciado que había sido víctima de la inundación. Ese viaje podrían realizarlo alumnos de tercer, cuarto y quinto año de secundaria, junto con profesionales y estudiantes del último año de la Universidad del departamento de Odontología, Enfermería y Medicina.
Cuando llegué a mi casa conté detalladamente lo sucedido en el colegio ese día y le dije a mis papás que deseaba ir a ayudar. Aceptaron, aunque esperarían la nota oficial que nos mandarían el lunes por la mañana.
Me encerré en mi cuarto y busqué por internet todo lo relacionado a la inundación y al barrio carenciado al que ayudaríamos. Me impactó leer en el diario Clarín, un artículo que bajo el nombre de “Correo de Lectores”, donde una señora escribió diciendo: “… Resido en la ciudad y viví en carne propia esta tragedia. Fui voluntaria en varias zonas de Santa Fe. Primero estuve en Recreo y luego en barrios como Santa Rosa de Lima, donde el agua llegó a alturas absolutamente impensadas. No sé cuantos muertos pudo haber habido. Pero yo misma pude ver que fueron muchos los cadáveres que se encontraron. Y sí puedo asegurar que hubo y hay desaparecidos, gente que no creo que se vaya a encontrar. En la lancha en la que nos manejábamos hemos visto cadáveres, sólo que los levantaba prefectura para que no se los llevara el río…“. Este artículo me dejó petrificada en mi asiento. No se parecía en nada a la imagen de algunas personas damnificadas que tenía en mi mente. Pensé que sólo habían perdido cosas materiales que podrían reponerse, no tenía idea que la inundación había arrebatado la vida de personas.
Seguí leyendo y encontré otro artículo en el que un hombre mayor decía: “En las calles y en las casas las huellas de la inundación están demasiado cercanas. Zanjones con basura y olor fétido, socavones en un asfalto partido, habitaciones filtradas por una humedad que no cesa, cielorrasos que se caen a pedazos. Faltan los muebles en casi todas las casas. Eran muebles de aglomerado, así que hubo que quemarlos. ¿Pero cómo se reemplazan?”. Estaba más que claro que me había hecho una idea errónea del caso. Seguí buscando y encontré fotos que confirmaban la destrucción de muchos lugares de Santa Fe. Cuando vi la altura del agua en algunos edificios y casas junto con los artículos que había leído, recién ahí comencé a tomar conciencia de lo que nos esperaba.
A la noche me costó dormirme. No sabía si era por la excitación de saber que tendría el viaje en una semana, o por las emociones que me dejó leer los artículos y ver las fotos que encontré. No entendía bien mis sentimientos, ¿miedo al panorama que nos aproximábamos a ver o incertidumbre? De madrugada, finalmente, me quedé dormida.
Al día siguiente (sábado por la tarde) comencé a realizar una profunda limpieza de mi guardarropa junto a mi mamá, sacando todas las prendas que ya no usaba tanto, como mi hermano y mis papás. Juntamos una buena cantidad y las guardé en bolsas con mi nombre para poder identificarlas más adelante.
El fin de semana pasó, con emociones presentes como el terror a no ser capaz de poder enfrentar la situación y el pensar si realmente era tan desastroso todo como se comentaba, y llegó el esperado lunes. Nos mandaron el comunicado oficial diciendo que los alumnos que quisieran participar necesitarían las autorizaciones de sus padres. Éramos muchos los que queríamos ser parte de ese viaje y por suerte todos habíamos llevado algo con lo que podíamos ayudar.
Luego de que mis papás firmaran el permiso, no me quedó más que esperar a que llegara el lunes siguiente. La espera se me hizo eterna. Todos lo días después del colegio buscaba más información con el objetivo de viajar lo más interiorizada y preparada posible. Me sorprendió leer en muchos lugares que se afirmaba que la tragedia no fue producto sólo de la lluvia extraordinaria, sino que intervinieron varios factores y todos producidos por el hombre: suelos agotados por los monocultivos, deforestación irracional, en toda la cuenca, rutas mal construidas y el calentamiento global. Todo había ayudado a que la inundación tuviese el efecto que tuvo. Nadie se preocupó por prever y elaborar un plan de emergencia en el caso de que pasara lo que finalmente pasó.
Leí que desde marzo de 2003 diversos medios publicaron noticias referidas a que el Río Salado venía subiendo a un ritmo excepcional y que se estaba gestando una crecida extraordinaria, pero nadie había hecho nada al respecto. La inundación había causado varios daños: el desborde del río Salado había impactado sobre la salud de la población y puso a la ciudad de Santa Fe en una situación sanitaria crítica, la más grave de su historia. Después del pico de la inundación el agua fue descendiendo, dejando al descubierto enormes cantidades de basura. El agua contaminada y los animales muertos o enfermos fueron un foco de infección permanente y el hacinamiento y la falta de higiene no hicieron más que inducir los contagios. Había sarna, micosis, pediculosis, diarrea y cuadros respiratorios agudos. También una gran cantidad de brotes psicóticos y de drogadictos con síndrome de abstinencia. También había muchas personas con la presión alta y con crisis nerviosas.
En total, hubo 23 muertos (reconocidos oficialmente al 8 de mayo de 2003), 28.000 viviendas afectadas, 75.000 personas evacuadas, 5.000 establecimientos agropecuarios fuera de servicio y 2.000.000 de hectáreas fueron las afectadas en el campo.
Toda esta información me superaba. Sentí distintas emociones nuevamente, me alteraba cada vez que leía éstas cosas y luego me calmaba, para volver a alterarme cuando encontraba más información.
Así pasaron los días, y con mis compañeros no comentábamos otra cosa que no tuviese que ver con nuestro próximo viaje.
Finalmente llegó el esperado día. Nos juntamos el lunes a las diez de la noche en la Universidad asociada con el colegio (que también brindaría ayuda), y subimos al micro todo lo que habíamos estado guardando en el colegio para llevar: ropa, comida, algunos colchones, etc.
Tras las despedidas, no quedó más que partir hacia nuestro objetivo. La noche se pasó rápido, algunos durmieron, otros hablaban entre risas, chistes y cantos, y algunas personas solo escucharon música.
El paisaje de la ruta no pudo apreciarse demasiado debido a que era de noche, pero como nunca había viajado a la madrugada me abstraía ver por la ventana de mi asiento el camino poco iluminado que hacía el micro. Como en todo viaje, los sentimientos que se sienten son muchos. En este caso tenían que ver con el hecho de ayudar a toda la gente necesitada por un lado, y el nerviosismo por la expectativa sobre lo que estábamos próximos a vivir.
A medida que comenzamos a acercarnos a la quinta donde nos hospedaríamos (quedaba cerca del barrio carenciado al que ayudamos), tomamos conciencia de los estragos que había causado la inundación. Por todos los lugares que pasamos vimos la marca del agua, nada había quedado libre a su dominación. Casas, autos, locales, todo estaba en un estado deplorable. Era increíble ver personalmente las imágenes que en mi casa me había paralizado frente a la computadora y al televisor. El impacto de ese momento provocó un nudo en el pecho de cada uno de los que estaba allí. Fue uno de los momentos más tristes que viví en mi corta vida. Esas personas necesitaban ayuda y urgente, pues no sólo habían perdido todo lo material que poseían, sino que sus vidas normales habían sida arrebatadas, ya no tenían las mismas necesidades que antes, ni vivían igual que antes, ni pensaban igual que antes. Esas personas habían cambiado, cambiado para siempre. Ahora sus vidas tomaban otros rumbos.
Llegamos a la quinta (todavía conmovidos), nos acomodamos rápidamente como pudimos, tomamos un buen desayuno y nos preparamos para el nuevo y esperado viaje hacia el barrio carenciado. Subimos al micro con mezcla de excitación y miedo ante no saber el panorama con el que nos encontraríamos en ese lugar en particular.
Al llegar nos esperaba un paisaje absolutamente escalofriante. Sobre las calles de tierra yacían algunas casas en muy mal estado: con paredes resquebrajadas pintadas del color de la humedad, techos de chapa volados, sin puerta, sin ventanas, nada de vidrios, nada de seguridad, sin muebles, vacías, inhabitables. A diferencia de la ciudad, el barrio carecía de autos y de muchedumbre, no había nadie por los distintos caminos, parecía despoblado. No sólo provocaba un sentimiento de tristeza y ahogo, sino también una gran impotencia ante la situación.
La escuelita en donde nos instalamos para llevar a cabo las distintas actividades era pequeña, con aulas en estado catastrófico, paredes sucias, sin pintar, sillas, mesas y armarios rotos, también con problemas de humedad, techos que no inspiraban mucha confianza, olores raros, etc. Creo que las palabras no alcanzan para describir el sentimiento de todos al presenciar aquello. Todo lo que veníamos sintiendo se potenció de manera espeluznante.
Enseguida nos encontramos con el grupo acompañante de la universidad que nos esperaba para comenzar con la labor. Nos separamos en grupos grandes liderados por los profesionales y nos ubicamos en las distintas aulas de la escuela para realizar las diferentes actividades: en las aulas más grandes atendían los médicos, en las medianas los odontólogos y en las más pequeñas de todas, que sólo eran dos, algunos alumnos de mi colegio regalaban juguetes y jugarían con los niños más pequeños mientras sus padres se atendían.
La gente del pequeño colegio santafesino con la que se habían puesto en contacto el rector de nuestro colegio y el de la universidad, comenzó a llamar a las personas del barrio para decirles que estábamos allí para ayudar, que podían venir tanto a un chequeo médico como para retirar alimentos y todas las cosas que habíamos llevado. De a poco empezaron a llegar personas de todas las edades. Grandes, chicos, hombres, mujeres, y animales que seguían a sus dueños: como algunos perros, gatos callejeros y hasta caballos.
Lo que sentí en los momentos en que les dábamos todo lo que habíamos llevado, es imposible de describir, no me alcanzan los diccionarios de sinónimos para poder explicar detalladamente el sentimiento que produjo en mí las sonrisas de aquellas personas debido a nuestra presencia y ayuda. Y como nosotros no teníamos palabras para hacer entender a los demás lo que habíamos vivido, aquellas personas tampoco encontraron las palabras suficientes para agradecernos todo lo que hacíamos por ellos.
Todo lo que sentí, fue como si el corazón se llenara de alguna especie de líquido cálido que se extendiera por el cuerpo brindándonos una emoción de bienestar, alegría. Nos sentíamos realizados como personas. Habíamos contribuido a mejorar sólo un poco su vida y ellos supieron hacernos entender mediante palabras y gestos lo agradecidos que estaban con todos nosotros.
El primer día me tocó estar a la mañana, en el área donde se regalaron los juguetes, donde los sentimientos que se expresaban eran alegría mediante sonrisas y exclamaciones de muchos chicos pequeños, mientras que algunos lloraban de emoción por volver a tener algún juguete. Ver la risa nerviosa y de emoción de esos chicos tan pequeños nos derretía de ternura y nos fortalecía para seguir ayudando.
Luego de un rápido almuerzo volvíamos a nuestra labor. Esta vez me tocó ayudar en el área de Odontología, donde regalamos cepillos dentales y enseñamos la manera adecuada para una buena limpieza. Tras media hora de explicación, todos entendieron y prometieron seguir con los cuidados de sus dientes. Lamentablemente, mientras al principio repartíamos los cepillos dentales, los niños no tenían muy en claro lo que era y creían que servía para cepillarse el pelo. Desgraciadamente, muchos adultos también. A algunos se les caía el cepillo al suelo y sin importarles el hecho de estar sucio y lleno de tierra (así eran todas las calles del lugar), volvían a meterlo en su boca. Me sorprendí y horroricé ante la ignorancia de la gente. ¿Cómo un pueblo, una nación como la nuestra puede dejar que sus habitantes no conozcan el mínimo cuidado para la salud que debe tener una persona? La ira contra las autoridades y su falta de preocupación me impactaba.
El segundo día lo pasé entero en el área de doctores. Junto con otros alumnos de mi colegio, nos encargábamos de organizar los pacientes de los distintos médicos que había. Debíamos anotar sus nombres, DNI, etc. a medida que llegaban, y hacerlos pasar al aula convertida en consultorio. Cuando mi doctor a cargo dejó ir a su paciente, me dijo que llamara al próximo. Me paré y sobre todas las voces que hablaban fuertemente pronuncié el nombre de una persona de manera fuerte y clara. El nombre no lo recuerdo, pero si el hombre que respondió ante mi llamada: era una persona mayor, con paso lento y cuidado; poseía un bastón en su mano derecha con el cual se ayudaba a caminar y a sostenerse. Cuando me di cuenta de quien era, caminé rápidamente hacia él, me puse a su lado y él tomó fuertemente mi brazo. Lo acompañé hacia el consultorio y cerré la puerta al irme. Minutos después el hombre salió. Me dijo que el médico le había dado una vacuna que no tenía y que ahora iba a su casa para traernos como regalo un adorno suyo (el cual conserva el doctor, era un pequeño centro de mesa hecho a mano, una artesanía). El hombre, con lágrimas en los ojos, me abrazó fuertemente mientras me agradecía todo lo que estábamos haciendo por ellos. Sorprendida y conmovida le respondí también con lágrimas en los ojos ante esa demostración de afecto inesperada, que no debía agradecernos: “esto es lo que todas las personas deberían hacer”. Fue uno de los momentos más gratificantes que tuve en mi vida. El sentimiento de amor y gratitud que emanaba esa gente era lo que a nosotros nos demostraba cuanto valía para ellos lo que estábamos haciendo y a nosotros nos llenaba el alma y el corazón con alegría, paz, y a la vez impotencia por no poder ayudar más.
El tercer y último día estuve en un aula pequeña que al lado tenía una pequeña cocina. Preparábamos desayunos, almuerzos y meriendas para la gente que venía luego de atenderse. Nuestros turnos para cocinar eran rotativos, mientras un grupo estaba en la cocina el otro podía sentarse a comer y charlar con la gente. En una ocasión una niña de 16 años con 3 hijos (uno en brazos de menos de un año) nos decía que si podíamos que nos lleváramos a uno, ya que seguramente le daríamos una mejor vida que ella y que en cuanto mejorara su situación, que se lo llevemos de vuelta. A todos se nos heló la sangre. Esto habla por un lado, del amor de una madre que aunque niña sabe cómo es su realidad y quiere lo mejor para sus hijos, y en su contracara nos muestra la situación en la que se encontraban todas las personas que habitaban allí.
Por ser el último día, en una de las aulas medianas de la escuela, algunas personas del barrio (madres, maestras, niños, etc.) nos hicieron un pequeño festejo como forma de agradecimiento por haber ido. Dieron un pequeño discurso sobre lo que significaba para ellos nuestro viaje: ayudarlos a volver a empezar. Demostramos que si todos colaboramos es posible salir adelante. Nuestro rector contestó emocionado: “… Todos formamos parte de un mismo país, una misma nación. Todos debemos ayudarnos cuando nos necesitamos, solo así podremos mantenernos unidos y fuertes…”.
El viaje de vuelta lo utilizamos para descansar, dormimos la mayor parte del tiempo. Cuando llegamos no podíamos parar de contar todo lo que habíamos vivido. Sabíamos que nuestra marcha había dejando muchas necesidades insatisfechas, pues necesitaban más cosas, pero ayudamos a que un pequeño barrio carenciado mejorara sus condiciones y les sea más fácil volver a empezar de nuevo. No volvimos a realizar otro viaje, pero si seguimos enviando cosas que pudimos juntar en las semanas siguientes. Nos fuimos dejando sólo un poquito más lleno el vacío que produjo la inundación, y nosotros nos fuimos con el corazón lleno de alegría y a la vez tristeza por no poder hacer más por ellos.
Cada actividad en la que participé me brindó distintas experiencias, algunas relacionadas con la gratificación de las personas, y otras con la ignorancia de un lugar debido a que desgraciadamente muchos no asistían a escuelas. Cada uno de esos instantes están firmemente grabados en mi mente y corazón. Con sólo recordarlos un escalofrío recorre mi espalda.
Fue una experiencia única e increíble, que jamás olvidaré.

domingo, 30 de agosto de 2009

Problema

Luego de la clase del martes, pude cumplir dos de los tres objetivos que tenía sobre mi proyecto:
1) Considerar a la chica que hizo el viaje y vive la experiencia como una persona diferente a la que años después cuenta la historia, y hacérselo entender al lector.
2) Describir más los hechos narrativos en los que se intenta demostrar lo "gratificante del viaje", que no sea un resumen, sino que se cuente el por qué del sentimiento.
Y en el tercer objetivo encuentro un problema:
3) Encontrar un interés más allá de mi experiencia sobre la inundación.
En este punto me confundo, ya que yo hago una especie de "crónica en el recuerdo", cuento lo que viví: lo que ví, leí, etc. No sé como desenvolverme correctamente para encontrar ese interés... Si alguien pudiera ayudarme lo agradecería mucho!!!

lunes, 17 de agosto de 2009

Primer Borrador

Era una mañana más en el colegio. Todos estábamos contentos de que la hora de matemática por fin estuviese llegando a su fin, aunque no contábamos con que el rector aparecería para comunicarnos una propuesta.
Entró al aula pidiendo permiso a la profesora, nos saludó a todos cordialmente y nos contó sobre la movilización que se empezaría a llevar a cabo la semana siguiente. Todos estábamos al tanto de la destrucción que había provocado la inundación de Santa Fe, la peor de su historia, según diarios y noticieros. Nuestro colegio, en un convenio con la Universidad Maimónides de Caballito, proponía la solidaridad con la provincia afectada. A partir del día lunes todos deberíamos llevar alimento no perecedero, ropa, cualquier cosa que pueda servir para ayudar a las personas santafesinas a sobreponerse tras la catástrofe. Todo lo que lográramos juntar, se llevaría en un viaje a Santa Fe a un barrio carenciado que había sido víctima de la inundación. Ese viaje podrían realizarlo alumnos de tercer, cuarto y quinto año de secundaria, junto con profesionales y estudiantes del último año de la Universidad del departamento de Odontología, Enfermería y Medicina.
Cuando llegué a mi casa conté detalladamente lo sucedido en el colegio ese día y le dije a mis papás que deseaba ir a ayudar. Aceptaron, aunque esperarían la nota oficial que nos mandaría el lunes por la mañana.
Me encerré en mi cuarto y busqué por internet todo lo relacionado a la inundación y al barrio carenciado al que ayudaríamos. Me impactó leer en el diario Clarín, un artículo que bajo el nombre de “Correo de Lectores”, escribió una señora diciendo: “… Resido en la ciudad y viví en carne propia esta tragedia. Fui voluntaria en varias zonas de Santa Fe. Primero estuve en Recreo y luego en barrios como Santa Rosa de Lima, donde el agua llegó a alturas absolutamente impensadas.
No sé cuantos muertos pudo haber habido. Pero yo misma pude ver que fueron muchos los cadáveres que se encontraron. Y sí puedo asegurar que hubo y hay desaparecidos, gente que no creo que se vaya a encontrar. En la lancha en la que nos manejábamos hemos visto cadáveres, sólo que los levantaba prefectura para que no se los llevara el río…“. Este artículo me dejó petrificada en mi asiento. Seguí leyendo y encontré uno en el que un hombre mayor decía: “En las calles y en las casas las huellas de la inundación están demasiado cercanas. Zanjones con basura y olor fétido, socavones en un asfalto partido, habitaciones filtradas por una humedad que no cesa, cielorrasos que se caen a pedazos. Faltan los muebles en casi todas las casas. Eran muebles de aglomerado, así que hubo que quemarlos. ¿Pero cómo se reemplazan?”.
Definitivamente nos esperaba un panorama atroz. Seguí buscando y encontré fotos que confirmaban la destrucción de muchos lugares de Santa Fe.
A la noche me costó dormirme. No sabía si era por la excitación de saber que tendría el viaje en una semana, o por los sentimientos que me dejó leer los artículos y ver las fotos que encontré. Al día siguiente (sábado por la tarde) comencé a realizar una profunda limpieza de mi guardarropa junto a mi mamá, sacando todas las prendas que ya no usaba tanto yo, como mi hermano y mis papás. Juntamos una buena cantidad y las guardé en bolsas con mi nombre para poder identificarlas más adelante.
El fin de semana pasó y llegó el esperado lunes. Nos mandaron el comunicado oficial diciendo que los alumnos que quisieran participar necesitarían las autorizaciones de sus padres. Éramos muchos los que queríamos participar del viaje solidario y por suerte todos habíamos llevado algo con lo que podíamos ayudar.
Luego de que mis papás firmaran el permiso, no me quedó más que esperar a que llegara el lunes siguiente. La espera se me hizo eterna. Con mis compañeros no comentábamos otra cosa que no tuviese que ver con nuestro próximo viaje.
El lunes a las diez de la noche nos juntamos en la Universidad asociada con el colegio para también brindar ayuda, y subimos al micro todo lo que habíamos estado guardando en el colegio para llevar: ropa, comida, algunos colchones, etc.
Tras las despedidas, no quedó más que partir hacia nuestro objetivo. La noche se pasó rápido, algunos durmieron, otros hablaban entre risas, chistes y cantos, y algunas personas solo escucharon música.
El paisaje de la ruta no pudo apreciarse demasiado debido a que era de noche, pero como nunca había viajado a la madrugada me abstraía ver por la ventana de mi asiento el camino poco iluminado que hacía el micro. Como en todo viaje, los sentimientos que se sienten son muchos. En este caso tenían que ver con el hecho de ayudar a toda la gente necesitada por un lado, y el nerviosismo por la expectativa sobre lo que estábamos próximos a vivir.
A medida que comenzamos a acercarnos a la quinta donde nos hospedaríamos (quedaba cerca del barrio carenciado al que ayudamos), tomamos conciencia de los estragos que había causado la inundación. Por todos los lugares que pasamos vimos la marca del agua, nada había quedado libre a su dominación. Casas, autos, locales, todo estaba en un estado deplorable. Era increíble ver personalmente las imágenes que en mi casa me había paralizado frente a la computadora y al televisor. El impacto de ese momento provocó un nudo en el pecho de cada uno de los que estaba allí. Fue uno de los momentos más tristes que viví en mi corta vida. Esas personas necesitaban ayuda, urgente.
Llegamos a la quinta, nos acomodamos rápidamente, tomamos un buen desayuno y nos preparamos para el nuevo y esperado viaje hacia el barrio carenciado. Subimos al micro con mezcla de excitación y miedo ante no saber el panorama con el que nos encontraríamos.
Al llegar nos esperaba un paisaje absolutamente escalofriante. Sobre las calles de tierra yacían algunas casas en muy mal estado: con paredes resquebrajadas, techos de chapa volados, sin puerta, sin ventanas, nada de vidrios, nada de seguridad, sin muebles, vacías, llenas de humedad, inhabitables. A diferencia de la ciudad, el barrio carecía de autos y de muchedumbre, no había nadie por los distintos caminos, parecía despoblado. La escuelita en donde nos instalamos para llevar a cabo las distintas actividades era pequeña, con aulas en estado catastrófico, paredes sucias, sin pintar, sillas, mesas y armarios rotos, también con problemas de humedad, techos que no inspiraban mucha confianza, olores raros, etc. Creo que las palabras no alcanzan para describir el sentimiento de todos al presenciar aquello.
Enseguida nos encontramos con el grupo acompañante de la universidad que nos esperaba para comenzar con la labor solidaria. Nos separamos en grupos grandes liderados por los profesionales. Una vez ubicados en las distintas aulas de la escuela para realizar las diferentes actividades, la gente del pequeño colegio santafesino con la que se habían puesto en contacto el rector de nuestro colegio y el de la universidad, comenzó a llamar a las personas del barrio para decirles que estábamos allí para ayudar, que podían venir tanto a un chequeo médico como para retirar alimentos y todas las cosas que habíamos llevado. De a poco empezaron a llegar personas de todas las edades. Grandes, chicos, hombres, mujeres, y animales que seguían a sus dueños: como algunos perros, gatos callejeros y hasta caballos.
Lo que sentí en los momentos en que les dábamos todo lo que habíamos llevado, es imposible de describir, no me alcanzan los diccionarios de sinónimos para poder explicar detalladamente el sentimiento que produjo en mí las sonrisas de aquellas personas debido a nuestra presencia y ayuda. Y como nosotros no teníamos palabras para hacer entender a los demás lo que habíamos vivido, aquellas personas tampoco encontraron las palabras suficientes para agradecernos todo lo que hacíamos por ellos.
Cada actividad en la que participé me brindó distintas experiencias, algunas relacionadas con la gratificación de las personas, y otras con la ignorancia de un lugar debido a que desgraciadamente muchos no asistían a escuelas.
Uno de los momentos que más me sorprendió y sobresaltó fue trabajando en el área de Odontología, donde regalamos cepillos dentales y enseñamos la manera adecuada para una buena limpieza. Todos los niños al principio, mientras los repartíamos, no tenían muy en claro lo que era y creían que servía para cepillarse el pelo. Desgraciadamente, muchos adultos también. A algunos se les caía el cepillo al suelo y sin importarles el hecho de estar sucio y lleno de tierra (así eran todas las calles del lugar), volvían a meterlo en su boca.
Otro momento que me tomó desprevenida, fue cuando estaba en el área de doctores. Pronuncié el nombre de una persona con voz fuerte y clara luego de que uno de los doctores me lo indicara y un hombre mayor se aproximo hacia mí. Lo acompañé hacia el consultorio y cerré la puerta al irme. Minutos después el hombre salió. Me dijo que el médico le había dado una vacuna que no tenía y que ahora iba a su casa para traernos como regalo un adorno suyo. El hombre, con lágrimas en los ojos, me abrazó fuertemente mientras me agradecía todo lo que estábamos haciendo por ellos. Le respondí también con lágrimas en los ojos ante esa demostración de afecto inesperada, que no debía agradecernos, que esto es lo que todas las personas deberían hacer. Fue uno de los momentos más gratificantes que tuve en mi vida.
Como esta anécdota pude llevarme muchas, aunque algunas no tan buenas: en una ocasión una niña de 16 años con 3 hijos (uno en brazos de menos de un año) nos decía que si podíamos que nos lleváramos a uno, ya que seguramente le daríamos una mejor vida que ella y que en cuanto mejorara su situación, que se lo llevemos de vuelta. Esto habla por un lado, del amor de una madre que aunque niña sabe como es su realidad y quiere lo mejor para sus hijos, y por otro lado nos muestra la situación en la que se encontraban todas las personas que habitaban allí.
Así transcurrieron tres días. Nos levantábamos temprano, desayunábamos y nos embarcábamos rumbo al barrio para ayudar a más gente. Finalmente el último día llegó. En una de las aulas de la escuela, algunas personas del barrio (madres, maestras, niños, etc.) nos hicieron un pequeño festejo como forma de agradecimiento por haber ido. Dieron un pequeño discurso sobre lo que significaba para ellos nuestro viaje: ayudarlos a volver a empezar. Demostramos que si todos colaboramos es posible salir adelante. Nuestro rectos contestó emocionado: “… Todos formamos parte de un mismo país, una misma nación. Todos debemos ayudarnos cuando nos necesitamos, solo así podremos mantenernos unidos y fuertes…”.
El viaje de vuelta lo utilizamos para descansar, dormimos la mayor parte del tiempo. Cuando llegamos no podíamos parar de contar todo lo que habíamos vivido. Sabíamos que nos habíamos marchado dejando muchas necesidades insatisfechas, pues necesitaban más cosas, pero ayudamos a que un pequeño barrio carenciado este en mejores condiciones y les sea más fácil volver a empezar de nuevo. No volvimos a realizar otro viaje, pero si seguimos enviando cosas que pudimos juntar en las semanas siguientes.
Después de haber vivido esa experiencia, no puedo más que afirmar que para mí, el viaje solidario es el más gratificante que pueda existir. Renueva el alma y se ayuda al que lo necesita. Fue una experiencia única e increíble, que jamás olvidaré.

Investigación realizada para el proyecto

DOMINGO 26/06/2003 (DIARIO CLARÍN)

AS CARTAS Y DEBATES DE LOS LECTORES DE ZONA

"Correo de lectores"
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Inundación en Santa Fe

El domingo 1 de junio de 2003, bajo el título La mitología que fue creciendo con el agua del suplemento Zona; se mencionan dichos y sucesos que ocurrieron en la ciudad de Santa Fe en circunstancias conocidas por todos como fue la inundación.

Resido en la ciudad y viví en carne propia esta tragedia. Fui voluntaria en varias zonas de Santa Fe. Primero estuve en Recreo y luego en barrios como Santa Rosa de Lima, donde el agua llegó a alturas impensadas.

No sé cuantos muertos pudo haber habido. Pero yo misma pude ver que fueron muchos los cadáveres que se encontraron. Y sí puedo asegurar que hubo y hay desaparecidos, gente que no creo que se vaya a encontrar. En la lancha en la que nos manejábamos hemos visto cadáveres, sólo que los levantaba prefectura para que no se los llevara el río.

El hecho de haber estado allí y haber sido testigos oculares del drama nos ha dado un panorama distinto al que, lamentablemente, tienen aquellas personas que lo han visto por televisión o que opinan habiendo llegado al lugar varios días después de comenzada la tragedia, Saqueos hubo y los hay.

No es difícil robar en una casa inundada, hemos visto levantar la chapa de los techos y sacar cosas de adentro, subidos a una lancha. Hemos tenido que enfrentar tiros al llevar alimentos a los que estaba en los techos, cuidando las pocas cosas que habían podido salvar; yo pregunto, todos los que estuvimos ahí, ¿soñamos los tiros? Le digo al doctor citado en la nota que fuimos varios los que sentimos las balas cerca de la cabeza.

Me crié en barrio Roma, una zona que jamás se inundaba. Allí, mis padres estuvieron sin luz 4 días. Otros estuvieron a oscuras 15. ¿Se imaginan lo difícil que es tratar de cuidar que nadie robe? Les puedo asegurar que la teoría de que es difícil robar una casa inundada no la cree nadie.

El agua ya estaba en estado de putrefacción después de varios días. Había que limpiar los tanques de agua y ciertamente el agua no era bebible... salía hasta con barro. Nadie en su juicio tomaría ese agua.

Las donaciones llegaron, y damos gracias a todos por eso. Solo quería que supieran que no comparto algunas de las cosas que se dijeron en Zona. Como santafesina y como víctima indirecta de esta inundación, quería aclarar mi posición (que es la de muchos): no tenemos delirios ni suponemos nada, simplemente lo hemos vivido y padecido en carne propia.

Gracias por recibir una opinión de una asidua lectora de Clarín.

Indiana Giupponi
Santa Fe




17/08/2003 (DIARIO CLARÍN)

LO QUE EL AGUA SE LLEVO
Santa Fe: crónica de náufragos y creyentes

Hace casi cuatro meses la ciudad de Santa Fe vivió la peor inundación de su historia. Ahora, entre el temor al agua y la fe en que el río Salado no salga de su cauce, los inundados tratan de rehacer su vida. Pero las cicatrices no cierran, la pesadumbre continúa, y la mayoría critica a todos los políticos. Hay mucha pobreza y falta trabajo. Lo que más se rescata: la solidaridad de los argentinos.
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Alberto González Toro. DE LA REDACCION DE CLARIN
Zelma, una nena de siete años, ha dibujado una casita y a siete chicos tomados de la mano. Una muñeca de trapo se apoya sobre el vallado que separa a estos vecinos de la Casa de Gobierno de Sante Fe. Se puede leer en un cartelito improvisado: "Queremos volver a nuestros hogares porque estamos cansados de dormir en el suelo tapados con un trapo de pizo. Queremos que arreglen nuestra casa. No queremos ni agua ni papel. Sólo queremos material para volver".

Hay dos carpas, unos cuantos vecinos, e infinitos objetos rescatados del naufragio. Casi con desesperación, estos inundados se aferran a mínimos detalles que les autoafirman su identidad hecha añicos. Fotos que casi no se ven, juguetes rotos, discos de pasta, imágenes de vírgenes, pedazos de almanaque, una vieja máquina de escribir, trozos de cartas, una fotito con el cuerpo fragmentado de una adolescente vestida de blanco: hay una leyenda y con esfuerzo se lee "Hoy es mi noche". ¿Un cumpleaños de 15?

"Es un museo de la memoria", dice Daniel López, del barrio Chalet, uno de los más afectados. Desde luego, "Chalet" es un apelativo irónico. La ironía es una de las virtudes de los hinchas de Colón, y López es un hincha fanático del sabalero. "Si no nos reímos un poco ya estaríamos muertos", comenta López, que con gran rapidez va en su silla de ruedas de un lugar a otro de la plaza. "Vamos a esperar pacíficamente hasta el 7 de septiembre, siempre aquí, hasta que nos reciba alguien del Gobierno. Después, cuando sean elegidos los nuevos, si no nos dan respuesta las cosas pueden ponerse feas." Hasta ahora (jueves a las seis de la tarde) "jamás vino un político a preguntar qué necesitamos". El irónico López, dice: "Están preocupados por las elecciones".

Pero no todo es desesperanza. "La solidaridad de los argentinos fue conmovedora. Esa vez, los ricos no se olvidaron de los pobres, y los menos pobres tampoco se olvidaron de los más pobres", reflexiona el padre Félix Debuchy, media hora después de haber celebrado misa en la Catedral. Ahora está junto a este enviado en la cafetería "Fausto", en San Martín y Moreno. "Estoy cansado, me levanté a las seis de la mañana", dice, como justificando el café doble que pide. Mientras pita un cigarrillo negro, Debuchy extiende sobre la mesa una nota que escribió en los días de la inundación para un periódico local que, finalmente, no le publicaron. Así comienza: "Era un Mercedes colorado aunque embarrado, de la generación del 90. Tiraba ágilmente del trailer y su regia lancha fuera de borda. El paraje no le era familiar, tampoco para mí. Sólo sé que iba hacia el desmadrado Salado, y no porque tuviera allí su amarra. Su dueño, además, jamás se hubiese internado tan lejos de Avenida Freyre, en primer lugar porque allí nadie lo esperaba. En segundo lugar porque un espejo roto —una pedrada, un manotazo— le saldría caro y si fuera el parabrisas no digamos nada. Sí, la gente es mala con los Mercedes. ¿Qué hacía entonces tan raudo hacia el Oeste, ese 3 de mayo de 2003? ¿Tendría algún primo o cuñado en un techo? Puesto a conjeturar, no fue ésa la hipótesis que hilvané esa mañana. Tampoco pensé que el dueño de auto tan noble lo hubiese escuchado a nuestro Arzobispo, no porque la gente pudiente nunca oiga a los arzobispos, sino porque todavía Monseñor Arancedo no había dicho en Guadalupe —eso fue al día siguiente, el 4— lo de ''refundar Santa Fe''. Frase que fue tomada después en préstamo por el preocupado gobierno provincial, y enhorabuena".

En las calles y en las casas de Santa Rosa de Lima, las huellas de la inundación están demasiado cercanas. Zanjones con basura y olor fétido, socavones en un asfalto partido, habitaciones filtradas por una humedad que no cesa, cielorrasos que se caen a pedazos. Faltan los muebles en casi todas las casas. "Eran muebles de aglomerado, así que hubo que quemarlos. ¿Pero cómo se reemplazan?", se pregunta Arguinchona. Las donaciones de comida y ropa han sido y son muchísimas, pero escasearon los donativos de muebles y artefactos para el hogar. El gobierno de Reutemann ha otorgado un subsidio de mil doscientos pesos a cada familia afectada (ese subsidio no ha llegado, todavía, a muchísimas familias; prosigue el lento censo de miles de damnificados).

¿Y cómo se reemplazan la memoria, los recuerdos, la intimidad hecha trizas de las personas? "La pesadumbre es muy grande. Se han perdido escrituras, el registro de nacimientos y casamientos que teníamos en la parroquia, el libro matriz de las dos escuelas, y hasta los papeles de una escritora del barrio que perdió su máquina de escribir", resume Arguinchona.

Pero a pocas cuadras, en los barrios periféricos, la inundación está siempre presente. Entre los más olvidados están las prostitutas, que no recibieron subsidios y por más de un mes se quedaron sin trabajo. "Estuvimos más de veinte días con agua. Y ahora casi no tenemos clientes. Cuando el río cruzó el terraplén, fue como una catarata. Este no es un lugar seguro", dice una morocha que trabaja en un cabaret de la calle Lamadrid, en el límite de la ciudad. Una minifalda deja ver sus gruesos muslos. "Sólo Dios sabe qué pasará con el agua. Mientras tanto hay que seguir viviendo. Otra no nos queda. Si vienen clientes, mejor". Y, sí: sólo Dios sabe.

Notas de lectura de “Memoricidio” de Juan Goytisolo

Al comenzar a leer este capítulo, pude visualizar con facilidad el panorama que el autor describía de la guía de Sarajevo de hacía años atrás. Este hecho me trasladó a ese momento donde la ciudad con su barrio popular de los basares, comerciantes, turistas, etc. resplandecía ante la mirada y el disfrute de muchos. Cuando tiempo después el lugar es atacado dejando a su paso ruinas, infelicidad y horror, no pude más que sentir repulsión ante la imagen que el narrador detalla. Repulsión hacia la guerra y lo que provoca: muerte, hambre, pobreza y más necesidades que urgentemente deben ser satisfechas.
Este capítulo me movilizó mucho, no solo por el acontecimiento narrado sino por la comparación que el autor realizó en el antes y después de la ciudad: en leer la guía y tener una imagen del lugar, y luego ver la devastadora situación que la guerra había dejado; ya que viví una experiencia parecida.
No fue una guerra, sino otro acontecimiento igual de devastador: un desastre natural. Yo sabía como era el lugar por fotos y comentarios de personas que habían estado allí antes de que se produjera la inundación, y cuando luego contemplé las ruinas y lo poco que había quedado, fue muy chocante.
Esa comparación que el autor realiza me identificó con lo que me sucedió a mí y fue lo que me llevó a elegir este texto para buscar ideas.