domingo, 15 de noviembre de 2009

Cómo surgió mi idea para el proyecto

Luego de haber subido mi borrador, voy a develar cómo llegué a ese tema.

A decir verdad, al principio no supe sobre que escribir. No tenía muy en claro el camino que quería elegir para mi trabajo. Luego comencé a considerar mis opciones, me gustaba un tema en particular: mi viaje a Santa Fe (sobre el que escribí en mi proyecto narrativo), pero redactado con un sentimiento de ironía. Me gustaba lo que había hecho Swift, pero sabía que no era mi estilo, y no estaba segura de si podría cumplir con el requerimiento del sarcasmo humorístico.
Un día después, una idea (en realidad un recuerdo) vino a mi mente: mi texto de experiencia de lectura. ¡Cuánto me había gustado escribirlo! Me había divertido y lo había disfrutado. Sin darme cuenta, tenía una segunda opción: la lectura de un libro preferido. Pero tenía un problema, ¿con qué lo relacionaría para crear una tesis y una cuestión a la cual argumentar? Si bien tenía el tema, aún faltaba.
La respuesta llegó esa tarde, cuando vi a mi hermano mirando la televisión. Le encanta mirar los programas y películas transmitidos por la pantalla chica. En seguida pensé: “¿cómo puede estar horas observando la tele? ¿Cómo puede gustarle tanto?”. Y me di cuenta de la diferencia en lo que ambos considerábamos entretenimiento y distención. Lo que él siento por la tele, yo lo siento por mis libros.
El tema de mi proyecto iba tomando cada vez más forma, gustándome más. Ya tenía una comparación, un problema. Pero aún faltaba algo, con la lectura del libro no sentía que alcanzaba, y pensé en el viaje. Tomé como argumento lo que a mí me sucede cada vez que leo en el jardín de la casa de mi abuela, mi libro preferido: Drácula. Ese pequeño viaje es el que me provee del contexto necesario para terminar de cerrar mi idea.
Una vez que tuve todo esto en claro, me senté y comencé a escribir mi borrador.

martes, 3 de noviembre de 2009

Borrador del proyecto ensayístico

Tras haber pensado un tema, una problemática y la forma de argumentar mi tesis, esta semana traté de realizar un borrador de mi proyecto ensayístico. De esa manera me gustaría comprobar si realmente estoy yendo por un buen camino.


Libro y viaje versus avance tecnológico

Habiendo terminado mi libro preferido, sosteniéndolo aún en la mano, no puedo hacer más que preguntarme: ¿porqué la gente no aprecia más estas historias transcurridas en mundos diferentes al nuestro? ¿Porqué es tan difícil que algunas personas acepten como entretenimiento este mundo de papel?

Como toda sensación única, la de leer y adentrarse en esas dimensiones que tanto nos atrapan, provocan un tipo de sentimiento absolutamente distinto a cualquier otro. No tiene comparación.
Para muchas personas, el avance tecnológico no sólo nos provee de mayores posibilidades para incrementar la comunicación entre los habitantes de los distintos lugares del mundo, por ejemplo; sino que toma un lugar en el ámbito del entretenimiento. ¿Qué mejor para distenderse que un juego de computadora, o las distintas páginas de internet, o un videojuego de PlayStation, o una película, o quizás sólo un programa de televisión? se preguntaran muchos. Bueno, debo contestar que todas estas formas de distenderse, no pueden competir ante la lectura de un buen libro, acompañado del viaje.
Para utilizar cada una de estas cosas es necesaria la tecnología; en otras palabras, no hay otra opción que depender de algo externo a nosotros. A los amantes de la pantalla chica les pregunto: ¿qué harían si van de vacaciones a un lugar donde no haya una en su dormitorio de hotel? ¿Se irían? ¿Sería una condición a la hora de hospedarse? No quiero imaginarme lo que sucedería si luego de buscar un lugar con “entretenimientos” de este estilo, se cortara la luz por tiempo indeterminado. Probablemente morirían. De aburrimiento, de fastidio, el tedio sería insoportable.
No pretendo ser despectiva con las opiniones de quienes gustan de los “entretenimientos falsos”, ni me gustaría ponerme en contra gente que quiero, sólo por que consideran ideas diferentes a las mías. Mi intención no es otra que despertar la curiosidad sobre la mezcla perfecta para relajarse, escapar sólo un rato a la realidad y divertirse: leer durante un viaje.
Si bien es verdad que la televisión se ha convertido en un método para distraerse o sentirse acompañado sin importar el momento del día (ya que funciona las veinticuatro horas para nosotros), no puede ganar una batalla limpia contra la lectura de un libro preferido. Cito a Ítalo Calvino cuando escribe: “…el ideal sería oír la actualidad como el rumor que nos llega por la ventana y nos indica los atascos del tráfico y, las perturbaciones meteorológicas, mientras seguimos el discurrir de los clásicos, que suena claro y articulado en la habitación…”.
Los clásicos, esos textos infaltables en nuestra biblioteca que provocan millones de sentimientos distintos. Cuando leemos “el” libro (seleccionado de entre muchos), creemos su historia, la vivimos paso a paso con el protagonista y hasta a veces uno mismo cree sentirse el héroe. Si nos gustan las novelas románticas, sentimos que también nosotros podemos enamorarnos y vivir un apasionado amor. Si nos gusta la aventura, soñamos con un descubrimiento que nos lleve a transitar caminos peligrosos, con la adrenalina corriendo por nuestras venas. Si nos gustan los textos policiales, nos imaginamos investigando y siguiendo la pista del asesino en un crimen de suma importancia. Y todo esto es posible porque hay un elemento que nos ayuda a sentirnos parte de ese contexto novelístico: el viaje. El causante de sentirnos parte de un mundo de papel que nos abre las puertas y nos invita a formar parte de una historia que quiere ser contada. Es él: el viaje. El que nos provee el lugar y el momento exacto para narrarnos lo que será, no un entretenimiento, sino una realidad distinta que explorar. Es más que un medio de distención, es una dimensión que nos lleva a lugares impensados, siempre dejándonos la duda de volver o no a nuestra realidad. Nos provee de vivir la experiencia de sentir el olor a los árboles de un bosque; o la brisa que siempre vuela junto al mar, mezclada de ese olor salado; o el calor seco de las montañas. No tiene comparación el sentimiento que nos recorre al vivir cada una de estas experiencias, mientras a su vez, nos insertamos en esas historias que no podemos dejar de leer. ¿Qué erigiría: un video juego, un programa de televisión, una película en donde vemos estas mismas imágenes pero no podemos sentir realmente, sólo lo imaginamos; o un libro y un viaje?

Aquí estoy, sentada en el jardín de mi abuela con la novela de Drácula en la mano, mirando la luna y las nubes que comienzan a tapar la luz, sintiendo coma la brisa nada entre los arbustos pasa a mi lado, preguntándome: ¿habrá algo más que un suave viento detrás de esos movedizos matorrales?
En cuanto a mi respecta, el libro (“mi” historia) y el viaje, cumplieron su cometido.

sábado, 10 de octubre de 2009

Trabajo Final

Después de haber resuelto los problemas que se me presentaron y redactar una reescritura de mi trabajo, finalmente entregué el mío hace semanas y ahora subo el resultado de tanto esfuerzo.

Mi viaje

Cuando alguien menciona la palabra viaje, mil ideas recorren mi mente. Mis amadas vacaciones en la costa todos los veranos (mi segundo hogar), que tanto disfruto y adoro; viajes cotidianos como ver y compartir con amigas y familiares; y también pienso en otro tipo de viaje que realicé una vez, hace mucho. Podría llamarlo: “viaje solidario”. Pero, ¿qué es un viaje solidario? para mí es una iniciativa personal, depende de cada uno, y tiene como objetivo ayudar a gente necesitada que está en esa situación por distintos motivos. El viaje que yo realicé tenía como fin ayudar a las personas de un barrio carenciado en Santa Fe, que habían perdido todo debido a la inundación.
En ese momento no tenía idea de que todo lo que vería y viviría me marcaría tanto y me dejaría tan profundamente conmovida como ocurrió. Era sólo una adolescente de quince años, que como toda chica de esa edad, vivía más en mi mundo con mis amigas, familia, etc. y no le prestaba demasiada atención a algunas cosas que sucedían en ese momento en el país, si bien uno está al tanto por no vivir marginado.
Lo recuerdo todo perfectamente. Comenzó una mañana en el colegio. Todos estábamos contentos de que la hora de matemática por fin estuviese llegando a su fin, aunque no contábamos con que el rector aparecería para comunicarnos una propuesta.
Entró al aula pidiendo permiso a la profesora, nos saludó a todos cordialmente y comenzó preguntando si estábamos al tanto sobre lo ocurrido en Santa Fe. Algunos estaban más interiorizados en el tema que otros, así es que contó lo sucedido: la ciudad de Santa Fe se encontraba emplazada en la confluencia del río Salado (al oeste de la ciudad) con el río Paraná, con lo cual el incremento del caudal de cualquiera de esos ríos hace que la ciudad se vea invadida por las agua. Según datos del Instituto Nacional del Agua la crecida que se había efectuado del Salado se produjo a una velocidad increíble. Las lluvias sobre la cuenca media del Salado del 22 al 24 de abril habían generado una onda de crecida que llegó a Santa Fe entre cuatro y cinco días después, provocando una destrucción total de muchos lugares. La inundación pasó a denominarse como la peor de la historia del país.
Luego de la explicación, nos contó sobre la movilización que se empezaría a llevar a cabo la semana siguiente. Nuestro colegio, en un convenio con la Universidad Maimónides de Caballito, proponía solidarizarse con la provincia afectada. A partir del día lunes todos deberíamos llevar alimento no perecedero, ropa, cualquier cosa que pueda servir para ayudar a las personas santafesinas a sobreponerse tras la catástrofe de semejante envergadura. Todo lo que lográramos juntar, se llevaría en un viaje a Santa Fe a un barrio carenciado que había sido víctima de la inundación. Ese viaje podrían realizarlo alumnos de tercer, cuarto y quinto año de secundaria, junto con profesionales y estudiantes del último año de la Universidad del departamento de Odontología, Enfermería y Medicina.
Cuando llegué a mi casa conté detalladamente lo sucedido en el colegio ese día y le dije a mis papás que deseaba ir a ayudar. Aceptaron, aunque esperarían la nota oficial que nos mandarían el lunes por la mañana.
Me encerré en mi cuarto y busqué por internet todo lo relacionado a la inundación y al barrio carenciado al que ayudaríamos. Me impactó leer en el diario Clarín, un artículo que bajo el nombre de “Correo de Lectores”, donde una señora escribió diciendo: “… Resido en la ciudad y viví en carne propia esta tragedia. Fui voluntaria en varias zonas de Santa Fe. Primero estuve en Recreo y luego en barrios como Santa Rosa de Lima, donde el agua llegó a alturas absolutamente impensadas. No sé cuantos muertos pudo haber habido. Pero yo misma pude ver que fueron muchos los cadáveres que se encontraron. Y sí puedo asegurar que hubo y hay desaparecidos, gente que no creo que se vaya a encontrar. En la lancha en la que nos manejábamos hemos visto cadáveres, sólo que los levantaba prefectura para que no se los llevara el río…“. Este artículo me dejó petrificada en mi asiento. No se parecía en nada a la imagen de algunas personas damnificadas que tenía en mi mente. Pensé que sólo habían perdido cosas materiales que podrían reponerse, no tenía idea que la inundación había arrebatado la vida de personas.
Seguí leyendo y encontré otro artículo en el que un hombre mayor decía: “En las calles y en las casas las huellas de la inundación están demasiado cercanas. Zanjones con basura y olor fétido, socavones en un asfalto partido, habitaciones filtradas por una humedad que no cesa, cielorrasos que se caen a pedazos. Faltan los muebles en casi todas las casas. Eran muebles de aglomerado, así que hubo que quemarlos. ¿Pero cómo se reemplazan?”. Estaba más que claro que me había hecho una idea errónea del caso. Seguí buscando y encontré fotos que confirmaban la destrucción de muchos lugares de Santa Fe. Cuando vi la altura del agua en algunos edificios y casas junto con los artículos que había leído, recién ahí comencé a tomar conciencia de lo que nos esperaba.
A la noche me costó dormirme. No sabía si era por la excitación de saber que tendría el viaje en una semana, o por las emociones que me dejó leer los artículos y ver las fotos que encontré. No entendía bien mis sentimientos, ¿miedo al panorama que nos aproximábamos a ver o incertidumbre? De madrugada, finalmente, me quedé dormida.
Al día siguiente (sábado por la tarde) comencé a realizar una profunda limpieza de mi guardarropa junto a mi mamá, sacando todas las prendas que ya no usaba tanto, como mi hermano y mis papás. Juntamos una buena cantidad y las guardé en bolsas con mi nombre para poder identificarlas más adelante.
El fin de semana pasó, con emociones presentes como el terror a no ser capaz de poder enfrentar la situación y el pensar si realmente era tan desastroso todo como se comentaba, y llegó el esperado lunes. Nos mandaron el comunicado oficial diciendo que los alumnos que quisieran participar necesitarían las autorizaciones de sus padres. Éramos muchos los que queríamos ser parte de ese viaje y por suerte todos habíamos llevado algo con lo que podíamos ayudar.
Luego de que mis papás firmaran el permiso, no me quedó más que esperar a que llegara el lunes siguiente. La espera se me hizo eterna. Todos lo días después del colegio buscaba más información con el objetivo de viajar lo más interiorizada y preparada posible. Me sorprendió leer en muchos lugares que se afirmaba que la tragedia no fue producto sólo de la lluvia extraordinaria, sino que intervinieron varios factores y todos producidos por el hombre: suelos agotados por los monocultivos, deforestación irracional, en toda la cuenca, rutas mal construidas y el calentamiento global. Todo había ayudado a que la inundación tuviese el efecto que tuvo. Nadie se preocupó por prever y elaborar un plan de emergencia en el caso de que pasara lo que finalmente pasó.
Leí que desde marzo de 2003 diversos medios publicaron noticias referidas a que el Río Salado venía subiendo a un ritmo excepcional y que se estaba gestando una crecida extraordinaria, pero nadie había hecho nada al respecto. La inundación había causado varios daños: el desborde del río Salado había impactado sobre la salud de la población y puso a la ciudad de Santa Fe en una situación sanitaria crítica, la más grave de su historia. Después del pico de la inundación el agua fue descendiendo, dejando al descubierto enormes cantidades de basura. El agua contaminada y los animales muertos o enfermos fueron un foco de infección permanente y el hacinamiento y la falta de higiene no hicieron más que inducir los contagios. Había sarna, micosis, pediculosis, diarrea y cuadros respiratorios agudos. También una gran cantidad de brotes psicóticos y de drogadictos con síndrome de abstinencia. También había muchas personas con la presión alta y con crisis nerviosas.
En total, hubo 23 muertos (reconocidos oficialmente al 8 de mayo de 2003), 28.000 viviendas afectadas, 75.000 personas evacuadas, 5.000 establecimientos agropecuarios fuera de servicio y 2.000.000 de hectáreas fueron las afectadas en el campo.
Toda esta información me superaba. Sentí distintas emociones nuevamente, me alteraba cada vez que leía éstas cosas y luego me calmaba, para volver a alterarme cuando encontraba más información.
Así pasaron los días, y con mis compañeros no comentábamos otra cosa que no tuviese que ver con nuestro próximo viaje.
Finalmente llegó el esperado día. Nos juntamos el lunes a las diez de la noche en la Universidad asociada con el colegio (que también brindaría ayuda), y subimos al micro todo lo que habíamos estado guardando en el colegio para llevar: ropa, comida, algunos colchones, etc.
Tras las despedidas, no quedó más que partir hacia nuestro objetivo. La noche se pasó rápido, algunos durmieron, otros hablaban entre risas, chistes y cantos, y algunas personas solo escucharon música.
El paisaje de la ruta no pudo apreciarse demasiado debido a que era de noche, pero como nunca había viajado a la madrugada me abstraía ver por la ventana de mi asiento el camino poco iluminado que hacía el micro. Como en todo viaje, los sentimientos que se sienten son muchos. En este caso tenían que ver con el hecho de ayudar a toda la gente necesitada por un lado, y el nerviosismo por la expectativa sobre lo que estábamos próximos a vivir.
A medida que comenzamos a acercarnos a la quinta donde nos hospedaríamos (quedaba cerca del barrio carenciado al que ayudamos), tomamos conciencia de los estragos que había causado la inundación. Por todos los lugares que pasamos vimos la marca del agua, nada había quedado libre a su dominación. Casas, autos, locales, todo estaba en un estado deplorable. Era increíble ver personalmente las imágenes que en mi casa me había paralizado frente a la computadora y al televisor. El impacto de ese momento provocó un nudo en el pecho de cada uno de los que estaba allí. Fue uno de los momentos más tristes que viví en mi corta vida. Esas personas necesitaban ayuda y urgente, pues no sólo habían perdido todo lo material que poseían, sino que sus vidas normales habían sida arrebatadas, ya no tenían las mismas necesidades que antes, ni vivían igual que antes, ni pensaban igual que antes. Esas personas habían cambiado, cambiado para siempre. Ahora sus vidas tomaban otros rumbos.
Llegamos a la quinta (todavía conmovidos), nos acomodamos rápidamente como pudimos, tomamos un buen desayuno y nos preparamos para el nuevo y esperado viaje hacia el barrio carenciado. Subimos al micro con mezcla de excitación y miedo ante no saber el panorama con el que nos encontraríamos en ese lugar en particular.
Al llegar nos esperaba un paisaje absolutamente escalofriante. Sobre las calles de tierra yacían algunas casas en muy mal estado: con paredes resquebrajadas pintadas del color de la humedad, techos de chapa volados, sin puerta, sin ventanas, nada de vidrios, nada de seguridad, sin muebles, vacías, inhabitables. A diferencia de la ciudad, el barrio carecía de autos y de muchedumbre, no había nadie por los distintos caminos, parecía despoblado. No sólo provocaba un sentimiento de tristeza y ahogo, sino también una gran impotencia ante la situación.
La escuelita en donde nos instalamos para llevar a cabo las distintas actividades era pequeña, con aulas en estado catastrófico, paredes sucias, sin pintar, sillas, mesas y armarios rotos, también con problemas de humedad, techos que no inspiraban mucha confianza, olores raros, etc. Creo que las palabras no alcanzan para describir el sentimiento de todos al presenciar aquello. Todo lo que veníamos sintiendo se potenció de manera espeluznante.
Enseguida nos encontramos con el grupo acompañante de la universidad que nos esperaba para comenzar con la labor. Nos separamos en grupos grandes liderados por los profesionales y nos ubicamos en las distintas aulas de la escuela para realizar las diferentes actividades: en las aulas más grandes atendían los médicos, en las medianas los odontólogos y en las más pequeñas de todas, que sólo eran dos, algunos alumnos de mi colegio regalaban juguetes y jugarían con los niños más pequeños mientras sus padres se atendían.
La gente del pequeño colegio santafesino con la que se habían puesto en contacto el rector de nuestro colegio y el de la universidad, comenzó a llamar a las personas del barrio para decirles que estábamos allí para ayudar, que podían venir tanto a un chequeo médico como para retirar alimentos y todas las cosas que habíamos llevado. De a poco empezaron a llegar personas de todas las edades. Grandes, chicos, hombres, mujeres, y animales que seguían a sus dueños: como algunos perros, gatos callejeros y hasta caballos.
Lo que sentí en los momentos en que les dábamos todo lo que habíamos llevado, es imposible de describir, no me alcanzan los diccionarios de sinónimos para poder explicar detalladamente el sentimiento que produjo en mí las sonrisas de aquellas personas debido a nuestra presencia y ayuda. Y como nosotros no teníamos palabras para hacer entender a los demás lo que habíamos vivido, aquellas personas tampoco encontraron las palabras suficientes para agradecernos todo lo que hacíamos por ellos.
Todo lo que sentí, fue como si el corazón se llenara de alguna especie de líquido cálido que se extendiera por el cuerpo brindándonos una emoción de bienestar, alegría. Nos sentíamos realizados como personas. Habíamos contribuido a mejorar sólo un poco su vida y ellos supieron hacernos entender mediante palabras y gestos lo agradecidos que estaban con todos nosotros.
El primer día me tocó estar a la mañana, en el área donde se regalaron los juguetes, donde los sentimientos que se expresaban eran alegría mediante sonrisas y exclamaciones de muchos chicos pequeños, mientras que algunos lloraban de emoción por volver a tener algún juguete. Ver la risa nerviosa y de emoción de esos chicos tan pequeños nos derretía de ternura y nos fortalecía para seguir ayudando.
Luego de un rápido almuerzo volvíamos a nuestra labor. Esta vez me tocó ayudar en el área de Odontología, donde regalamos cepillos dentales y enseñamos la manera adecuada para una buena limpieza. Tras media hora de explicación, todos entendieron y prometieron seguir con los cuidados de sus dientes. Lamentablemente, mientras al principio repartíamos los cepillos dentales, los niños no tenían muy en claro lo que era y creían que servía para cepillarse el pelo. Desgraciadamente, muchos adultos también. A algunos se les caía el cepillo al suelo y sin importarles el hecho de estar sucio y lleno de tierra (así eran todas las calles del lugar), volvían a meterlo en su boca. Me sorprendí y horroricé ante la ignorancia de la gente. ¿Cómo un pueblo, una nación como la nuestra puede dejar que sus habitantes no conozcan el mínimo cuidado para la salud que debe tener una persona? La ira contra las autoridades y su falta de preocupación me impactaba.
El segundo día lo pasé entero en el área de doctores. Junto con otros alumnos de mi colegio, nos encargábamos de organizar los pacientes de los distintos médicos que había. Debíamos anotar sus nombres, DNI, etc. a medida que llegaban, y hacerlos pasar al aula convertida en consultorio. Cuando mi doctor a cargo dejó ir a su paciente, me dijo que llamara al próximo. Me paré y sobre todas las voces que hablaban fuertemente pronuncié el nombre de una persona de manera fuerte y clara. El nombre no lo recuerdo, pero si el hombre que respondió ante mi llamada: era una persona mayor, con paso lento y cuidado; poseía un bastón en su mano derecha con el cual se ayudaba a caminar y a sostenerse. Cuando me di cuenta de quien era, caminé rápidamente hacia él, me puse a su lado y él tomó fuertemente mi brazo. Lo acompañé hacia el consultorio y cerré la puerta al irme. Minutos después el hombre salió. Me dijo que el médico le había dado una vacuna que no tenía y que ahora iba a su casa para traernos como regalo un adorno suyo (el cual conserva el doctor, era un pequeño centro de mesa hecho a mano, una artesanía). El hombre, con lágrimas en los ojos, me abrazó fuertemente mientras me agradecía todo lo que estábamos haciendo por ellos. Sorprendida y conmovida le respondí también con lágrimas en los ojos ante esa demostración de afecto inesperada, que no debía agradecernos: “esto es lo que todas las personas deberían hacer”. Fue uno de los momentos más gratificantes que tuve en mi vida. El sentimiento de amor y gratitud que emanaba esa gente era lo que a nosotros nos demostraba cuanto valía para ellos lo que estábamos haciendo y a nosotros nos llenaba el alma y el corazón con alegría, paz, y a la vez impotencia por no poder ayudar más.
El tercer y último día estuve en un aula pequeña que al lado tenía una pequeña cocina. Preparábamos desayunos, almuerzos y meriendas para la gente que venía luego de atenderse. Nuestros turnos para cocinar eran rotativos, mientras un grupo estaba en la cocina el otro podía sentarse a comer y charlar con la gente. En una ocasión una niña de 16 años con 3 hijos (uno en brazos de menos de un año) nos decía que si podíamos que nos lleváramos a uno, ya que seguramente le daríamos una mejor vida que ella y que en cuanto mejorara su situación, que se lo llevemos de vuelta. A todos se nos heló la sangre. Esto habla por un lado, del amor de una madre que aunque niña sabe cómo es su realidad y quiere lo mejor para sus hijos, y en su contracara nos muestra la situación en la que se encontraban todas las personas que habitaban allí.
Por ser el último día, en una de las aulas medianas de la escuela, algunas personas del barrio (madres, maestras, niños, etc.) nos hicieron un pequeño festejo como forma de agradecimiento por haber ido. Dieron un pequeño discurso sobre lo que significaba para ellos nuestro viaje: ayudarlos a volver a empezar. Demostramos que si todos colaboramos es posible salir adelante. Nuestro rector contestó emocionado: “… Todos formamos parte de un mismo país, una misma nación. Todos debemos ayudarnos cuando nos necesitamos, solo así podremos mantenernos unidos y fuertes…”.
El viaje de vuelta lo utilizamos para descansar, dormimos la mayor parte del tiempo. Cuando llegamos no podíamos parar de contar todo lo que habíamos vivido. Sabíamos que nuestra marcha había dejando muchas necesidades insatisfechas, pues necesitaban más cosas, pero ayudamos a que un pequeño barrio carenciado mejorara sus condiciones y les sea más fácil volver a empezar de nuevo. No volvimos a realizar otro viaje, pero si seguimos enviando cosas que pudimos juntar en las semanas siguientes. Nos fuimos dejando sólo un poquito más lleno el vacío que produjo la inundación, y nosotros nos fuimos con el corazón lleno de alegría y a la vez tristeza por no poder hacer más por ellos.
Cada actividad en la que participé me brindó distintas experiencias, algunas relacionadas con la gratificación de las personas, y otras con la ignorancia de un lugar debido a que desgraciadamente muchos no asistían a escuelas. Cada uno de esos instantes están firmemente grabados en mi mente y corazón. Con sólo recordarlos un escalofrío recorre mi espalda.
Fue una experiencia única e increíble, que jamás olvidaré.

domingo, 30 de agosto de 2009

Problema

Luego de la clase del martes, pude cumplir dos de los tres objetivos que tenía sobre mi proyecto:
1) Considerar a la chica que hizo el viaje y vive la experiencia como una persona diferente a la que años después cuenta la historia, y hacérselo entender al lector.
2) Describir más los hechos narrativos en los que se intenta demostrar lo "gratificante del viaje", que no sea un resumen, sino que se cuente el por qué del sentimiento.
Y en el tercer objetivo encuentro un problema:
3) Encontrar un interés más allá de mi experiencia sobre la inundación.
En este punto me confundo, ya que yo hago una especie de "crónica en el recuerdo", cuento lo que viví: lo que ví, leí, etc. No sé como desenvolverme correctamente para encontrar ese interés... Si alguien pudiera ayudarme lo agradecería mucho!!!

lunes, 17 de agosto de 2009

Primer Borrador

Era una mañana más en el colegio. Todos estábamos contentos de que la hora de matemática por fin estuviese llegando a su fin, aunque no contábamos con que el rector aparecería para comunicarnos una propuesta.
Entró al aula pidiendo permiso a la profesora, nos saludó a todos cordialmente y nos contó sobre la movilización que se empezaría a llevar a cabo la semana siguiente. Todos estábamos al tanto de la destrucción que había provocado la inundación de Santa Fe, la peor de su historia, según diarios y noticieros. Nuestro colegio, en un convenio con la Universidad Maimónides de Caballito, proponía la solidaridad con la provincia afectada. A partir del día lunes todos deberíamos llevar alimento no perecedero, ropa, cualquier cosa que pueda servir para ayudar a las personas santafesinas a sobreponerse tras la catástrofe. Todo lo que lográramos juntar, se llevaría en un viaje a Santa Fe a un barrio carenciado que había sido víctima de la inundación. Ese viaje podrían realizarlo alumnos de tercer, cuarto y quinto año de secundaria, junto con profesionales y estudiantes del último año de la Universidad del departamento de Odontología, Enfermería y Medicina.
Cuando llegué a mi casa conté detalladamente lo sucedido en el colegio ese día y le dije a mis papás que deseaba ir a ayudar. Aceptaron, aunque esperarían la nota oficial que nos mandaría el lunes por la mañana.
Me encerré en mi cuarto y busqué por internet todo lo relacionado a la inundación y al barrio carenciado al que ayudaríamos. Me impactó leer en el diario Clarín, un artículo que bajo el nombre de “Correo de Lectores”, escribió una señora diciendo: “… Resido en la ciudad y viví en carne propia esta tragedia. Fui voluntaria en varias zonas de Santa Fe. Primero estuve en Recreo y luego en barrios como Santa Rosa de Lima, donde el agua llegó a alturas absolutamente impensadas.
No sé cuantos muertos pudo haber habido. Pero yo misma pude ver que fueron muchos los cadáveres que se encontraron. Y sí puedo asegurar que hubo y hay desaparecidos, gente que no creo que se vaya a encontrar. En la lancha en la que nos manejábamos hemos visto cadáveres, sólo que los levantaba prefectura para que no se los llevara el río…“. Este artículo me dejó petrificada en mi asiento. Seguí leyendo y encontré uno en el que un hombre mayor decía: “En las calles y en las casas las huellas de la inundación están demasiado cercanas. Zanjones con basura y olor fétido, socavones en un asfalto partido, habitaciones filtradas por una humedad que no cesa, cielorrasos que se caen a pedazos. Faltan los muebles en casi todas las casas. Eran muebles de aglomerado, así que hubo que quemarlos. ¿Pero cómo se reemplazan?”.
Definitivamente nos esperaba un panorama atroz. Seguí buscando y encontré fotos que confirmaban la destrucción de muchos lugares de Santa Fe.
A la noche me costó dormirme. No sabía si era por la excitación de saber que tendría el viaje en una semana, o por los sentimientos que me dejó leer los artículos y ver las fotos que encontré. Al día siguiente (sábado por la tarde) comencé a realizar una profunda limpieza de mi guardarropa junto a mi mamá, sacando todas las prendas que ya no usaba tanto yo, como mi hermano y mis papás. Juntamos una buena cantidad y las guardé en bolsas con mi nombre para poder identificarlas más adelante.
El fin de semana pasó y llegó el esperado lunes. Nos mandaron el comunicado oficial diciendo que los alumnos que quisieran participar necesitarían las autorizaciones de sus padres. Éramos muchos los que queríamos participar del viaje solidario y por suerte todos habíamos llevado algo con lo que podíamos ayudar.
Luego de que mis papás firmaran el permiso, no me quedó más que esperar a que llegara el lunes siguiente. La espera se me hizo eterna. Con mis compañeros no comentábamos otra cosa que no tuviese que ver con nuestro próximo viaje.
El lunes a las diez de la noche nos juntamos en la Universidad asociada con el colegio para también brindar ayuda, y subimos al micro todo lo que habíamos estado guardando en el colegio para llevar: ropa, comida, algunos colchones, etc.
Tras las despedidas, no quedó más que partir hacia nuestro objetivo. La noche se pasó rápido, algunos durmieron, otros hablaban entre risas, chistes y cantos, y algunas personas solo escucharon música.
El paisaje de la ruta no pudo apreciarse demasiado debido a que era de noche, pero como nunca había viajado a la madrugada me abstraía ver por la ventana de mi asiento el camino poco iluminado que hacía el micro. Como en todo viaje, los sentimientos que se sienten son muchos. En este caso tenían que ver con el hecho de ayudar a toda la gente necesitada por un lado, y el nerviosismo por la expectativa sobre lo que estábamos próximos a vivir.
A medida que comenzamos a acercarnos a la quinta donde nos hospedaríamos (quedaba cerca del barrio carenciado al que ayudamos), tomamos conciencia de los estragos que había causado la inundación. Por todos los lugares que pasamos vimos la marca del agua, nada había quedado libre a su dominación. Casas, autos, locales, todo estaba en un estado deplorable. Era increíble ver personalmente las imágenes que en mi casa me había paralizado frente a la computadora y al televisor. El impacto de ese momento provocó un nudo en el pecho de cada uno de los que estaba allí. Fue uno de los momentos más tristes que viví en mi corta vida. Esas personas necesitaban ayuda, urgente.
Llegamos a la quinta, nos acomodamos rápidamente, tomamos un buen desayuno y nos preparamos para el nuevo y esperado viaje hacia el barrio carenciado. Subimos al micro con mezcla de excitación y miedo ante no saber el panorama con el que nos encontraríamos.
Al llegar nos esperaba un paisaje absolutamente escalofriante. Sobre las calles de tierra yacían algunas casas en muy mal estado: con paredes resquebrajadas, techos de chapa volados, sin puerta, sin ventanas, nada de vidrios, nada de seguridad, sin muebles, vacías, llenas de humedad, inhabitables. A diferencia de la ciudad, el barrio carecía de autos y de muchedumbre, no había nadie por los distintos caminos, parecía despoblado. La escuelita en donde nos instalamos para llevar a cabo las distintas actividades era pequeña, con aulas en estado catastrófico, paredes sucias, sin pintar, sillas, mesas y armarios rotos, también con problemas de humedad, techos que no inspiraban mucha confianza, olores raros, etc. Creo que las palabras no alcanzan para describir el sentimiento de todos al presenciar aquello.
Enseguida nos encontramos con el grupo acompañante de la universidad que nos esperaba para comenzar con la labor solidaria. Nos separamos en grupos grandes liderados por los profesionales. Una vez ubicados en las distintas aulas de la escuela para realizar las diferentes actividades, la gente del pequeño colegio santafesino con la que se habían puesto en contacto el rector de nuestro colegio y el de la universidad, comenzó a llamar a las personas del barrio para decirles que estábamos allí para ayudar, que podían venir tanto a un chequeo médico como para retirar alimentos y todas las cosas que habíamos llevado. De a poco empezaron a llegar personas de todas las edades. Grandes, chicos, hombres, mujeres, y animales que seguían a sus dueños: como algunos perros, gatos callejeros y hasta caballos.
Lo que sentí en los momentos en que les dábamos todo lo que habíamos llevado, es imposible de describir, no me alcanzan los diccionarios de sinónimos para poder explicar detalladamente el sentimiento que produjo en mí las sonrisas de aquellas personas debido a nuestra presencia y ayuda. Y como nosotros no teníamos palabras para hacer entender a los demás lo que habíamos vivido, aquellas personas tampoco encontraron las palabras suficientes para agradecernos todo lo que hacíamos por ellos.
Cada actividad en la que participé me brindó distintas experiencias, algunas relacionadas con la gratificación de las personas, y otras con la ignorancia de un lugar debido a que desgraciadamente muchos no asistían a escuelas.
Uno de los momentos que más me sorprendió y sobresaltó fue trabajando en el área de Odontología, donde regalamos cepillos dentales y enseñamos la manera adecuada para una buena limpieza. Todos los niños al principio, mientras los repartíamos, no tenían muy en claro lo que era y creían que servía para cepillarse el pelo. Desgraciadamente, muchos adultos también. A algunos se les caía el cepillo al suelo y sin importarles el hecho de estar sucio y lleno de tierra (así eran todas las calles del lugar), volvían a meterlo en su boca.
Otro momento que me tomó desprevenida, fue cuando estaba en el área de doctores. Pronuncié el nombre de una persona con voz fuerte y clara luego de que uno de los doctores me lo indicara y un hombre mayor se aproximo hacia mí. Lo acompañé hacia el consultorio y cerré la puerta al irme. Minutos después el hombre salió. Me dijo que el médico le había dado una vacuna que no tenía y que ahora iba a su casa para traernos como regalo un adorno suyo. El hombre, con lágrimas en los ojos, me abrazó fuertemente mientras me agradecía todo lo que estábamos haciendo por ellos. Le respondí también con lágrimas en los ojos ante esa demostración de afecto inesperada, que no debía agradecernos, que esto es lo que todas las personas deberían hacer. Fue uno de los momentos más gratificantes que tuve en mi vida.
Como esta anécdota pude llevarme muchas, aunque algunas no tan buenas: en una ocasión una niña de 16 años con 3 hijos (uno en brazos de menos de un año) nos decía que si podíamos que nos lleváramos a uno, ya que seguramente le daríamos una mejor vida que ella y que en cuanto mejorara su situación, que se lo llevemos de vuelta. Esto habla por un lado, del amor de una madre que aunque niña sabe como es su realidad y quiere lo mejor para sus hijos, y por otro lado nos muestra la situación en la que se encontraban todas las personas que habitaban allí.
Así transcurrieron tres días. Nos levantábamos temprano, desayunábamos y nos embarcábamos rumbo al barrio para ayudar a más gente. Finalmente el último día llegó. En una de las aulas de la escuela, algunas personas del barrio (madres, maestras, niños, etc.) nos hicieron un pequeño festejo como forma de agradecimiento por haber ido. Dieron un pequeño discurso sobre lo que significaba para ellos nuestro viaje: ayudarlos a volver a empezar. Demostramos que si todos colaboramos es posible salir adelante. Nuestro rectos contestó emocionado: “… Todos formamos parte de un mismo país, una misma nación. Todos debemos ayudarnos cuando nos necesitamos, solo así podremos mantenernos unidos y fuertes…”.
El viaje de vuelta lo utilizamos para descansar, dormimos la mayor parte del tiempo. Cuando llegamos no podíamos parar de contar todo lo que habíamos vivido. Sabíamos que nos habíamos marchado dejando muchas necesidades insatisfechas, pues necesitaban más cosas, pero ayudamos a que un pequeño barrio carenciado este en mejores condiciones y les sea más fácil volver a empezar de nuevo. No volvimos a realizar otro viaje, pero si seguimos enviando cosas que pudimos juntar en las semanas siguientes.
Después de haber vivido esa experiencia, no puedo más que afirmar que para mí, el viaje solidario es el más gratificante que pueda existir. Renueva el alma y se ayuda al que lo necesita. Fue una experiencia única e increíble, que jamás olvidaré.

Investigación realizada para el proyecto

DOMINGO 26/06/2003 (DIARIO CLARÍN)

AS CARTAS Y DEBATES DE LOS LECTORES DE ZONA

"Correo de lectores"
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Inundación en Santa Fe

El domingo 1 de junio de 2003, bajo el título La mitología que fue creciendo con el agua del suplemento Zona; se mencionan dichos y sucesos que ocurrieron en la ciudad de Santa Fe en circunstancias conocidas por todos como fue la inundación.

Resido en la ciudad y viví en carne propia esta tragedia. Fui voluntaria en varias zonas de Santa Fe. Primero estuve en Recreo y luego en barrios como Santa Rosa de Lima, donde el agua llegó a alturas impensadas.

No sé cuantos muertos pudo haber habido. Pero yo misma pude ver que fueron muchos los cadáveres que se encontraron. Y sí puedo asegurar que hubo y hay desaparecidos, gente que no creo que se vaya a encontrar. En la lancha en la que nos manejábamos hemos visto cadáveres, sólo que los levantaba prefectura para que no se los llevara el río.

El hecho de haber estado allí y haber sido testigos oculares del drama nos ha dado un panorama distinto al que, lamentablemente, tienen aquellas personas que lo han visto por televisión o que opinan habiendo llegado al lugar varios días después de comenzada la tragedia, Saqueos hubo y los hay.

No es difícil robar en una casa inundada, hemos visto levantar la chapa de los techos y sacar cosas de adentro, subidos a una lancha. Hemos tenido que enfrentar tiros al llevar alimentos a los que estaba en los techos, cuidando las pocas cosas que habían podido salvar; yo pregunto, todos los que estuvimos ahí, ¿soñamos los tiros? Le digo al doctor citado en la nota que fuimos varios los que sentimos las balas cerca de la cabeza.

Me crié en barrio Roma, una zona que jamás se inundaba. Allí, mis padres estuvieron sin luz 4 días. Otros estuvieron a oscuras 15. ¿Se imaginan lo difícil que es tratar de cuidar que nadie robe? Les puedo asegurar que la teoría de que es difícil robar una casa inundada no la cree nadie.

El agua ya estaba en estado de putrefacción después de varios días. Había que limpiar los tanques de agua y ciertamente el agua no era bebible... salía hasta con barro. Nadie en su juicio tomaría ese agua.

Las donaciones llegaron, y damos gracias a todos por eso. Solo quería que supieran que no comparto algunas de las cosas que se dijeron en Zona. Como santafesina y como víctima indirecta de esta inundación, quería aclarar mi posición (que es la de muchos): no tenemos delirios ni suponemos nada, simplemente lo hemos vivido y padecido en carne propia.

Gracias por recibir una opinión de una asidua lectora de Clarín.

Indiana Giupponi
Santa Fe




17/08/2003 (DIARIO CLARÍN)

LO QUE EL AGUA SE LLEVO
Santa Fe: crónica de náufragos y creyentes

Hace casi cuatro meses la ciudad de Santa Fe vivió la peor inundación de su historia. Ahora, entre el temor al agua y la fe en que el río Salado no salga de su cauce, los inundados tratan de rehacer su vida. Pero las cicatrices no cierran, la pesadumbre continúa, y la mayoría critica a todos los políticos. Hay mucha pobreza y falta trabajo. Lo que más se rescata: la solidaridad de los argentinos.
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Alberto González Toro. DE LA REDACCION DE CLARIN
Zelma, una nena de siete años, ha dibujado una casita y a siete chicos tomados de la mano. Una muñeca de trapo se apoya sobre el vallado que separa a estos vecinos de la Casa de Gobierno de Sante Fe. Se puede leer en un cartelito improvisado: "Queremos volver a nuestros hogares porque estamos cansados de dormir en el suelo tapados con un trapo de pizo. Queremos que arreglen nuestra casa. No queremos ni agua ni papel. Sólo queremos material para volver".

Hay dos carpas, unos cuantos vecinos, e infinitos objetos rescatados del naufragio. Casi con desesperación, estos inundados se aferran a mínimos detalles que les autoafirman su identidad hecha añicos. Fotos que casi no se ven, juguetes rotos, discos de pasta, imágenes de vírgenes, pedazos de almanaque, una vieja máquina de escribir, trozos de cartas, una fotito con el cuerpo fragmentado de una adolescente vestida de blanco: hay una leyenda y con esfuerzo se lee "Hoy es mi noche". ¿Un cumpleaños de 15?

"Es un museo de la memoria", dice Daniel López, del barrio Chalet, uno de los más afectados. Desde luego, "Chalet" es un apelativo irónico. La ironía es una de las virtudes de los hinchas de Colón, y López es un hincha fanático del sabalero. "Si no nos reímos un poco ya estaríamos muertos", comenta López, que con gran rapidez va en su silla de ruedas de un lugar a otro de la plaza. "Vamos a esperar pacíficamente hasta el 7 de septiembre, siempre aquí, hasta que nos reciba alguien del Gobierno. Después, cuando sean elegidos los nuevos, si no nos dan respuesta las cosas pueden ponerse feas." Hasta ahora (jueves a las seis de la tarde) "jamás vino un político a preguntar qué necesitamos". El irónico López, dice: "Están preocupados por las elecciones".

Pero no todo es desesperanza. "La solidaridad de los argentinos fue conmovedora. Esa vez, los ricos no se olvidaron de los pobres, y los menos pobres tampoco se olvidaron de los más pobres", reflexiona el padre Félix Debuchy, media hora después de haber celebrado misa en la Catedral. Ahora está junto a este enviado en la cafetería "Fausto", en San Martín y Moreno. "Estoy cansado, me levanté a las seis de la mañana", dice, como justificando el café doble que pide. Mientras pita un cigarrillo negro, Debuchy extiende sobre la mesa una nota que escribió en los días de la inundación para un periódico local que, finalmente, no le publicaron. Así comienza: "Era un Mercedes colorado aunque embarrado, de la generación del 90. Tiraba ágilmente del trailer y su regia lancha fuera de borda. El paraje no le era familiar, tampoco para mí. Sólo sé que iba hacia el desmadrado Salado, y no porque tuviera allí su amarra. Su dueño, además, jamás se hubiese internado tan lejos de Avenida Freyre, en primer lugar porque allí nadie lo esperaba. En segundo lugar porque un espejo roto —una pedrada, un manotazo— le saldría caro y si fuera el parabrisas no digamos nada. Sí, la gente es mala con los Mercedes. ¿Qué hacía entonces tan raudo hacia el Oeste, ese 3 de mayo de 2003? ¿Tendría algún primo o cuñado en un techo? Puesto a conjeturar, no fue ésa la hipótesis que hilvané esa mañana. Tampoco pensé que el dueño de auto tan noble lo hubiese escuchado a nuestro Arzobispo, no porque la gente pudiente nunca oiga a los arzobispos, sino porque todavía Monseñor Arancedo no había dicho en Guadalupe —eso fue al día siguiente, el 4— lo de ''refundar Santa Fe''. Frase que fue tomada después en préstamo por el preocupado gobierno provincial, y enhorabuena".

En las calles y en las casas de Santa Rosa de Lima, las huellas de la inundación están demasiado cercanas. Zanjones con basura y olor fétido, socavones en un asfalto partido, habitaciones filtradas por una humedad que no cesa, cielorrasos que se caen a pedazos. Faltan los muebles en casi todas las casas. "Eran muebles de aglomerado, así que hubo que quemarlos. ¿Pero cómo se reemplazan?", se pregunta Arguinchona. Las donaciones de comida y ropa han sido y son muchísimas, pero escasearon los donativos de muebles y artefactos para el hogar. El gobierno de Reutemann ha otorgado un subsidio de mil doscientos pesos a cada familia afectada (ese subsidio no ha llegado, todavía, a muchísimas familias; prosigue el lento censo de miles de damnificados).

¿Y cómo se reemplazan la memoria, los recuerdos, la intimidad hecha trizas de las personas? "La pesadumbre es muy grande. Se han perdido escrituras, el registro de nacimientos y casamientos que teníamos en la parroquia, el libro matriz de las dos escuelas, y hasta los papeles de una escritora del barrio que perdió su máquina de escribir", resume Arguinchona.

Pero a pocas cuadras, en los barrios periféricos, la inundación está siempre presente. Entre los más olvidados están las prostitutas, que no recibieron subsidios y por más de un mes se quedaron sin trabajo. "Estuvimos más de veinte días con agua. Y ahora casi no tenemos clientes. Cuando el río cruzó el terraplén, fue como una catarata. Este no es un lugar seguro", dice una morocha que trabaja en un cabaret de la calle Lamadrid, en el límite de la ciudad. Una minifalda deja ver sus gruesos muslos. "Sólo Dios sabe qué pasará con el agua. Mientras tanto hay que seguir viviendo. Otra no nos queda. Si vienen clientes, mejor". Y, sí: sólo Dios sabe.

Notas de lectura de “Memoricidio” de Juan Goytisolo

Al comenzar a leer este capítulo, pude visualizar con facilidad el panorama que el autor describía de la guía de Sarajevo de hacía años atrás. Este hecho me trasladó a ese momento donde la ciudad con su barrio popular de los basares, comerciantes, turistas, etc. resplandecía ante la mirada y el disfrute de muchos. Cuando tiempo después el lugar es atacado dejando a su paso ruinas, infelicidad y horror, no pude más que sentir repulsión ante la imagen que el narrador detalla. Repulsión hacia la guerra y lo que provoca: muerte, hambre, pobreza y más necesidades que urgentemente deben ser satisfechas.
Este capítulo me movilizó mucho, no solo por el acontecimiento narrado sino por la comparación que el autor realizó en el antes y después de la ciudad: en leer la guía y tener una imagen del lugar, y luego ver la devastadora situación que la guerra había dejado; ya que viví una experiencia parecida.
No fue una guerra, sino otro acontecimiento igual de devastador: un desastre natural. Yo sabía como era el lugar por fotos y comentarios de personas que habían estado allí antes de que se produjera la inundación, y cuando luego contemplé las ruinas y lo poco que había quedado, fue muy chocante.
Esa comparación que el autor realiza me identificó con lo que me sucedió a mí y fue lo que me llevó a elegir este texto para buscar ideas.

Plan de Trabajo

Anteriormente ya expuse la idea de mi proyecto: relatar el desastre producido por las inundaciones en Santa Fe en el año 2003 desde mi punto de vista: una alumna que a través de un viaje solidario va con el colegio a ayudar al barrio carenciado y vive una experiencia única, además de contar la historia (el porqué, cómo) de la inundación. Para la realización de este trabajo, elegí el texto de Juan Goytisolo “Memoricidio” (forma parte de Territorio – La Guerra) como marco teórico. Me identifiqué con la manera en la que el autor redacto lo que vivió. Me recordó como yo misma había vivido una experiencia parecida al leer sobre un barrio muy humilde (en mi caso) que trata de satisfacer sus necesidades de algún modo, y luego ver todo el esfuerzo destruido (no por la guerra, sino por el fenómeno natural: la inundación).
Para relatar este acontecimiento, voy a hacer uso de la estructura narrativa (dentro de los géneros discursivos), con el formato de Crónica, ya que creo que es lo que mejor de adapta al tipo de texto que quiero crear y en el que mejor voy a poder expresar todo lo que sentí. Voy a ser no solo la autora de mi proyecto, sino también la narradora.

viernes, 17 de julio de 2009

Idea para mi Trabajo

Cada vez que pienso en la palabra "viaje", dos momentos vienen a mi mente: el primero esta relacionado con mis vacaciones. Todos los veranos me voy a la costa y todos los días realizo un pequeño viaje (dentro mi gran viaje vacacional) en bicicleta hasta un enorme bosque, donde sobre una manta en el piso apoyada contra mi árbol favorito, leo libros. El sentimiento es indescriptible. Siento que estoy en mi casa, y a su vez tanto el bosque como la costa son muy distintos de la ciudad.
El segundo momento, no es tan feliz. Tiene que ver con el viaje que realicé en tercer año de la secundaria (2003) a Santa Fe, con motivo de llevar ropa y alimentos debido a los destrozos causados por las inundaciones. Cuando llegamos encontramos todo absolutamente dado vuelta, destruido, los niños, padres, abuelos, animales, todos viviendo en condiciones deplorables. Una guerra o un desastre natural, en ese momento no se vio la diferencia.
Me gustaría escribir mi trabajo sobre este segundo momento, ya que tengo muchos recuerdos del mismo.

Relato Etnográfico

Era un viernes por la tarde, acompañaba a dos amigas a la peluquería del barrio. Cuando entramos había bastante gente, más mujeres que hombres. En seguida la señora sentada detrás del mostrador nos llamó la atención y nos preguntó que queríamos hacernos. Una de mis amigas se cortaría el pelo y la otra se haría las manos. Yo sólo era la acompañante.
Justo dos señoras mayores terminaron con sus respectivos cortes de pelo y se disponían a pagarle a la señora del mostrador. Dejamos libre el espacio para las señoras, y condujeron a mis amigas a un pequeño guardarropas para que dejaran sus abrigos. A la que se cortaría el pelo, le dieron una bata. A continuación se sentaron en distintas sillas, alejadas entre sí.
La peluquera que le cortaría el pelo a mi amiga, no tendría más de cincuenta años. En seguida le preguntó que tipo de corte quería, y comenzaron a charlar mientras la peluquera se ponía a trabajar. Mi amiga le contó como le iba con sus estudios, como estaba su familia y luego se habló del tema de las elecciones. La peluquera se mostró muy negativa en la creencia de un cambio nacional debido a las elecciones de nuevos candidatos, ya que ella no creía que pudieran modificar lo mal que se encuentra el país.
Luego opté por observar a los demás clientes. Había algunos hombres que la poca conversación que ofrecían, tenía como tema básico el fútbol. No pude escuchar demasiado ya que se atendían más lejos de donde yo me encontraba. Pude escuchar parte de la conversación de una mujer de unos cuarenta años de edad, que le contaba a su peluquera lo cansada que estaba de renegar con su hijo menor. Aparentemente el niño era la reencarnación de “Daniel el travieso”, pero potenciado. No sólo le iba mal en el colegio, sino que además la madre contaba como recibía constantes llamados de la directora por bromas que su hijo adolescente llevaba a cabo, a costa de otros chicos de su edad. La madre parecía adjudicarle la culpa a la falta de educación del colegio y de disciplina, obviamente culpa suya no era. A su derecha, había otra peluquera que atendía a su clienta de unos sesenta años aproximadamente. Esta conversación era totalmente diferente, la señora contaba como habían robado a una vecina suya de igual edad y que por suerte no había pasado a mayores. Le habían quitado el dinero y amenazado, y luego los ladrones habrían huido. La peluquera indignada, le decía que había que hacer algo con la inseguridad que sufre nuestro país, que uno no puede vivir con miedo a salir de su casa, que este problema necesita una solución inmediata. Otra clienta (a la izquierda de donde se sentaba mi amiga), que no tendría más de treinta y cinco años, contaba que uno de sus hijos sufría de mucha fiebre y tos, que tenía miedo al contagio de la gripe porcina. El médico ya lo había atendido y le había hecho los análisis, tendrían sus resultados en una semana. El peluquero que la atendía hizo una mueca extraña, lo que me llevó a pensar que no le gustaba mucho cortarle el pelo a esa señora, también tenía miedo al contagio.
Mi amiga terminó enseguida con su corte de pelo. Esperamos en los sillones tapizados de la entrada mientras llegaba nuestra compañera sentada más lejos de nosotras, en la parte final del salón. Cuando por fin apareció, estaba muy contenta con como habían quedado sus manos.
Fue muy interesante escuchar las distintas conversaciones que se llevaron a cabo mientras los peluqueros y manicuras hacían sus trabajos. Cada cliente tenía un tema para hablar, pero dependiendo de si era mujer u hombre, si era ama de casa o no, y de la edad que tenía, era el tema del que se hablaba. En esta peluquería, la mayoría eran amas de casa cuya conversación era sobre la familia, sus hijos, trabajo, etc. Las mujeres mayores tocaban temas como la inseguridad y lo mal que anda el país. Los más jóvenes, quizás no hablan mucho y si lo hacían, sólo era para tratar temas superficiales. Me llamó la atención esa división de temas según la edad. La próxima vez que tenga que ir a una peluquería, voy a estar atenta a nuevas posibilidades de conocer los pensamientos de las personas.

Crónica realizada sobre el Centro Cultural Recoleta

El día comenzó temprano para mí, me había levantado a las ocho y media de la mañana con el objetivo de desayunar tranquila y tener tiempo para llegar unos minutos antes de las diez al Centro Cultural Recoleta.
Mientras viajaba hasta allí, pensaba en cómo terminamos en ese lugar, en nuestro “plan B”. La idea original había sido ir con dos compañeras de clase a una obra de teatro, donde una de las actrices era conocida del padre de una de las chicas. Desafortunadamente ninguna de nosotras podíamos asistir el sábado a la noche al teatro, por lo que comenzamos a buscar alternativas vía mail. Una de las ellas mando tres ‘links’ con centros culturales distintos, uno de ellos se transformó en nuestro futuro plan B. Nos decidimos por el Centro Cultural Recoleta y su exposición de arte.
Llegué y esperé en la puerta mientras mis compañeras llegaban, pero una de ellas ya estaba adentro, así que entré con ella y nos pusimos a observar todo mientras llegaba la que faltaba.
Nos recibió un gran mostrador con muchos folletos donde contaban las distintas cosas que se podían ver en el Centro Cultural, pero lo que me llamó la atención fueron distintos aparatos de casi un metro y medio de altura. Nos acercamos a verlos más de cerca. Eran parecidas a esas máquinas en las que uno debe ingresar una moneda para obtener una gaseosa, o agua. Pero el lugar en donde se tendría que haber ingresado la moneda era de mentira, y no había gaseosas ni nada para tomar, en lugar de eso había pequeñas cajitas de cigarrillos con distintos dibujos. Cada aparato (había por lo menos cinco), estaba pintado con distintos colores, de acuerdo a distintos temas, que también respetaban las pequeñas cajitas. Sacamos algunas fotos de aquella extraña pero a la vez bonita demostración de arte, y seguimos adelante.
Se nos unió la compañera faltante y empezamos a recorrer un largo pasillo que a su izquierda y derecha tenía salas con distintas exposiciones.
Al principio tuve una sensación rara en el Centro Cultural. Ya había ido de más chica con el colegio y tenía en mi mente una idea de lo que me esperaba. Pero a su vez había pasado tanto tiempo, que no sabía que tan cambiado podías estar todo. Y cuando digo todo, me refiero tanto al Centro como a la concepción de arte que se podría tener en este momento del presente. Y no me equivoqué en ese pensamiento.
Empezamos a entrar en las distintas salas (siempre sacando fotos y tratando de grabar a algunas personas hablando, lo que nos resultó muy difícil ya que había muy poca gente). En total vimos once salas con muestras totalmente diferentes.
La primera contenía una serie de pinturas y de exposiciones artísticas realizadas con distintos materiales. Me resultaron extrañas algunas, pero no por eso menos bellas. Eran muy lindas. Tomamos fotos de lo que nos pareció interesante con una de las chicas mientras la otra tomaba notas.
Pasamos a la siguiente sala y nos encontramos con algo parecido, aunque se trataba de un tema y autor distinto.
La tercera de las sala tenía de nombre Prometeus, de Lucrecia Seligra (que poseía pinturas circulares en distintos colores que expresaban distintas cosas o sentimientos).
La siguiente era de Patricia Altmark, mostrando algunas de sus obras con materiales como arena de colores, polvo de ladrillo y sucesivas capas de pintura. Cuando comencé a mirar la exposición de esta obra, me sorprendió ver que no encontraba un hilo conductor, ni podía ver lo que significaba cada una de las pinturas. Cuando salí de la sala me fijé en una cartelera donde nombraba a cada una de las exposiciones de los artistas y explicaba la idea de los autores o de que trataban. Encontré la que recién había visto: “En la obra de Altmark no hay anécdota, no hay representación, no reproduce nada, ‘pintar es pintar’, no busca la perfección, hay en ella, mucho de intuición…”. Leer estos dos renglones en esa cartelera llena de indicaciones y explicaciones, me hizo pensar, me hizo dudar y reflexionar sobre la concepción de cada uno. Lo que cada persona imagina al pensar en el arte. Ciertamente esto era lo que se imaginaba Altmark sobre lo que siente al pintar.
La quinta demostración era de Mark Parr con el tema de “Playa”, fue la primera en sorprenderme. Constaba de imágenes, fotos sacadas a personas en distintas playas. La gente estaba en diferentes poses (sentada en la arena, parada, sentada en una reposera) hablando, escuchando radio o Cd’s en raros aparatos de música (aquí nunca vistos), niños jugando, etc. Algunos rasgos en los rostros de las personas delataban distintas nacionalidades. Cada foto tenía su encanto. Sin embargo me recordó mucho a las fotos que suelo tomar en vacaciones, cuando sorprendo a algún integrante de mi familia o a amigos cuando se quedan dormidos tomando sol, o comiendo un sándwich mitad lleno de arena gracias al viento, etc. Las fotos guardadas en mi cajón vinieron rápidamente a mi mente acompañadas por una sola pregunta: ¿yo también estaba haciendo arte al tomar esas fotos capturando momentos distintos?
Luego entramos en la siguiente sala, donde definitivamente las tres nos llevamos una sorpresa. Era de Claudia Aranovich y se llamaba “Zona de Luz”. Allí pudimos contemplar instalaciones espaciales, esculturas, relieves, cajas lumínicas, trabajos de orientación objetual que incluyen elementos paisajísticos, e inclusive fotografías fundidas en el poliéster o impresas sobre metal. Algunas habían sido realizadas con materiales como chapa de hierro, cobre, madera, cemento, vidrio y papel. Era muy extraño estar en esa habitación, con distintas formas geométricas gigantes, ciertamente inspiraba un clima raro. Las tres nos mostramos igual de confusas al contemplar las distintas esculturas. Había muchas en forma de huevos gigantes, parecía que algo adentro estaba por cobrar vida. Algunos de esas esculturas tenían plumas y otras materiales. Al final de la sala, había una gran escultura que colgaba del techo sólo un poco más arriba de nuestra altura. Tenía la forma de Argentina, para mí. Había algunas luces en distintas partes, y se posaba sobre una tabla blanca redonda (pero sin tocarla), que contenía un poema en forma de círculos, que para leerlo tenías que ir dando vueltas alrededor. A raíz de la sorpresa en esa sala, volvió a insistir en mi cabeza la pregunta sobre el arte. Eso se consideraba arte para la persona que lo había hecho, pero yo no sabía cómo tomarlo.
Al final de esa sala, pasando la escultura colgante de nuestro país, había otra sala, la de Claudia Fernández llamada “Tiempo”. Había distintos tipos de pinturas mostrando las distintas estaciones del año, los diferentes “tiempos” que pasamos, mediante un cielo oscuro de invierno, o un árbol en plena tarde con hojas caídas.
Nuestra próxima sala fue la de Juan Fontana llamada “Ciudad Dorada”. Nuestro primer vistazo nos dejó anonadadas. Había demasiados disquetes sobre una larga mesa. Todos pintados de color dorado, con alguna lentejuela pegada en algún lugar (que nunca se repetía). No entendíamos como podía ser una “ciudad”, ya que para nosotras no tenía esa forma. Nuevamente, las distintas concepciones de lo artístico invadían mi mente. Miramos todo con gran interés, tomamos notas, sacamos fotos, y luego leímos lo que decía en la cartelera: “En la exposición, un dibujo de Juan Fontana niño inicia el relato de la instalación, compuesta de una pintura, un dibujo y 10.000 disquetes, convertidos en tablillas (a la manera de las antiguas tablas mesopotámicas y egipcias), con nueva información: signos, marcas y tramas. Aparentan ser mapas con ubicación de posibles “tesoros”. Entonces pensé que si podía ser una ciudad, pero no como la nuestra del presente, con nuestros grandes edificios, algunas plazas y largas calles. Que diferente era todo en cada mente.
La siguiente sala era la número seis, una muestra de homenaje a Nélida Lobato en conmemoración del 27º aniversario de su muerte. En la misma se exponían fotografías, objetos personales, vestuario, programas y filmografía. La exposición estaba organizada conceptualmente en 3 ejes: retratos, Nélida mujer y Nélida vedette, teniendo esta secuencia un correlato en la selección del material audiovisual y fotográfico. Nos quedamos unos minutos observando, nuevamente tomando fotos y notas, y nos dirigimos hacia la última sala, la número siete.
Entramos y observamos las pinturas que había. Sacamos fotos y tomamos notas.
Al salir de la sala y volver por el pasillo hacia en hall central del Centro Cultural, nos dimos cuentas que había más gente que cuando llegamos. Todos igualmente inmersos en el mundo del arte, mirando las distintas obras.
Llegué a mi casa pensando que fue una experiencia distinta a la vivida años atrás en una excursión escolar. Esta ves, siendo más grande y teniendo otras ideas y conceptos aprendidos, veía las cosas diferente. La última vez que había ido a una exposición, había aceptado todo como arte sin discutir ni criticar sobre si lo era o no, sólo expresaba mi gusto: si me gustaba o no la pintura, escultura o lo que sea que viese. En cambio ese día había sido distinto, comencé a dudar sobre si era arte o no lo que veía. No comprendía como algunas cosas tan extrañas eran consideradas dentro de esa categoría. Aún hoy, me lo sigo preguntando tratando de encontrar una respuesta.
Es una experiencia que tendría que repetir y ver si nuevamente volvería a preguntármelo en un futuro. De lo que no dudo es lo interesante que resultó para mí. Tanto la exposición, como lo que me provocó luego.

Notas sobre los textos de Geertz, Pratt y M. Harvey

Notas sobre el texto de Geertz

Nunca me había puesto a pensar en la posibilidad de dudar sobre la credibilidad de un texto antropológico. Siempre imaginé que debía de haber una serie de pruebas que confirmaran lo que el antropólogo decía, además de la supuesta honestidad que todos deben tener.
Creo que corresponde que cada texto tenga una buena base literaria propia de un discurso serio, que quiere darnos a conocer lo que ha vivido esa persona, lo que ha visto, todo lo que compone una sociedad desconocida que es investigada; pero no pienso que sea necesario someterlo a un exámen crítico.
Cuando leo un texto de algún autor, dentro de la bibliografía de la materia Antropología, no siento que leo a un novelista, sino a un autor con estudios realizados, que quiere comunicar lo que comúnmente nosotros (la sociedad en general) no nos percatamos o no sabemos. Imagino al antropólogo como una persona con autoridad para hablar de lo que habla y pruebas que confirmen lo que él dice.
Considero difícil el trabajo de volcar al papel todo lo vivido, los sentimientos del antropólogo al estar en el área del trabajo de campo. Todo lo que sentimos o pensamos no siempre es fácil de describir, y para el investigador de esos “otros” tampoco debe serlo (sin contar que deben tratar de convencer al lector).
Todas estas cosas son las que trato de tener en cuenta cuando leo esos textos, y ahora lo tendré más aún.


Notas del texto de Pratt

Este texto de carácter en parte histórico, provocó que mi imaginación se trasladara a lugares lejanos de Europa. En la cronología que realizada por Pratt, la mirada de los europeos a como situaciones cambiaban es atrapante.
Pero este texto, no produjo en mí una reflexión al final como el anterior. El modo de narrar la historia, no me resultó tan llevadero, si bien el texto posee un atractivo contenido histórico.


Notas del texto de M. Harvey

El texto de Harvey hizo que mi imaginación volara, jugara, creara lugares que yo nunca había imaginado antes. Me llevó a pensar acerca de cuantos viajes esconden los mapas. Cuantas personas se han visto atrapadas por ese sentimiento a través de las situaciones que el autor cuenta. Harvey habla del origen de los mismos, y analiza un caso que se dedicó a investigar por años.
Este relato me atrapó, haciéndome reflexionar sobre el valor que le da a los mapas, viendo todo lo que provoca en el autor, y no sólo en él, sino también en el hombre que robaba mapas y los conservaba por la información que poseía, por ejemplo, dejando a un lado el gran valor económico que tenían.

Notas sobre los textos de R. Forster y J. Campbell

Notas de “El viaje profano”, de Ricardo Forster

El texto de Forster, muestra distintas maneras de viajar desde distintos puntos de vista, como el del romanticismo y sus opositores. Nos habla de “recorrer un camino interminable con una meta inalcanzable”.
Al leer esta frase, en seguida recordé todos los textos estudiados en la materia Antropología. Tratábamos de pensar en el viaje, siempre teniendo en mente al “otro” que desconocemos, con su respectiva cultura y forma de vida (la cual a veces no compartimos).
Rememoré todos los momentos en donde hablábamos del viaje como el despojo de todo lo familiar para instruirnos de eso que es tan extraño y desconocido.
Yo tenía mi propia idea de viaje, la cual siempre incluía el traslado de una o varias personas de un lugar a otro, el constante movimiento en sitios nuevos junto con el vivir y aprender nuevas cosas. Pero no había pensado en la posibilidad del viaje interno y solitario, el que es hacia nuestro pasado, que también propone el texto como otra posibilidad.
Según el relato de Forster, el viaje hacia la tierra del pasado, es el viaje hacia donde guardamos lo mejor de nosotros, pero también es una forma de escapar del presente.
No me había percatado de este viaje distinto al que yo estaba acostumbrada. Me sorprendió leer sobre ello, ya que tenía otra visión, una única que había incorporado hace tiempo en esa materia.
También creo que el viaje sea una experiencia interior y solitaria, ya que aunque sea colectivo cada uno sentiría de forma diferente y lo describiríamos de distinta manera haciendo hincapié en lo que cada uno considera de su interés.
Este relato me gustó mucho, ya que me dio otra forma de considerar el viaje y pude relacionarlo con los conocimientos que ya tenía sobre el tema.


Notas de “El héroe de las mil caras”, de J. Campbell

Este texto me resultó muy interesante. Me gustan los mitos y a su vez la psicología, por lo que su contenido me gustó y pude apreciarlo.
Si bien estaba interiorizada con la idea de que los sueños son manifestaciones del inconsciente, no pensé que estuviera relacionado con los mitos. No sabía que los símbolos de éstos, eran producto de la psique.
Me llamó mucho la atención los ejemplos que se encuentran en el relato, como el de Edipo, la leyenda del Minotauro, o el de Buddha. Donde sin importar el lugar, el tipo de mito que sean (religioso, leyenda, etc.) se asocian con nosotros, en nuestro presente, y hasta con nuestros sueños.
Más aún, me sorprendió ver como los héroes, también dejando de lado de que historia y tiempo fueran parte (religiosa, romántica, medieval, etc.), siempre poseían las mismas características que los convertían y ayudaban a ser héroes: en primer lugar tienen que separarse del mundo, luego penetrar en alguna fuente de poder y por último tiene que haber un regreso a la vida para vivirla con más sentido. Da algunos ejemplos donde muestra ese camino. Y el efecto que produce el héroe cuando ha triunfad, es desencadenar y liberar de nuevo el fluir de la vida por todos lados, como buen “ombligo del mundo” en el que se ha convertido, donde todo pasa por él, produciendo la plenitud mundial del bien y del mal.
El texto de Campbell termina explicando que en las últimas etapas de la mitología, las imágenes claves se esconden en hechos secundarios, que el hombre tiene que buscar, y una vez encontradas, el hombre comienza a ver un nuevo significado.
Me resultó muy interesante, aunque me gustó un poco más la lectura de la primer parte del texto, donde hacia más uso de la explicación psicológica.

Notas sobre la película "Estación Central"

Estación Central, es una película realizada por Walter Salles en Brasil, en el año 1998. En el día de hoy, llego a ella gracias a un trabajo en la facultad. Con la mayoría de las personas que he hablado, llegamos a la conclusión, que nos dejó en el pecho una sensación extraña, un sentimiento que no siempre es fácil de poner en palabras, algunos tales como el amor o tristeza.
La historia comienza con la importancia que se le da a las cartas en dos aspectos: por un lado, como medio de interrelación entre las personas; y por otro, la falta de educación que tenía la población, no todos eran capaces de escribir. Por eso Dora (la protagonista), brinda un servicio en la estación de tren: redacta por los que no pueden.
Ella es una mujer que a lo largo de su vida careció de afecto. Su padre era alcohólico, hecho que se repite en ella. Vive sola debido a que no tiene familia, ni marido, ni hijos. Por momentos da a conocer una parte de su ser muy cruel, indiferente a las demás personas y sus sentimientos, pero en realidad a lo largo de la historia, empieza a conmoverse ante algunos acontecimientos y personajes, convirtiéndola en una mujer más susceptible y mejor persona.
Por otro lado, tenemos a Josué: un niño de entre 9 y 11 años de edad, que vive con su madre. A pesar de su corta edad, muestra una personalidad fuerte, capaz de llegar hasta lo último para cumplir sus deseos. Es un chico terco, que no necesita de grandes problemas para fastidiarse. Es muy inteligente. Pero su vida cambia cuando van a la estación del tren. Un día pide a su madre que le mande una carta a su padre que nunca conoció, diciendo que quiere verlo. Un tiempo después, su madre muere atropellada por un auto a la salida de la estación, dejándolo solo.
En la historia también vemos la participación de Irene, la única amiga de Dora y de Isaías y Moises, que son los hermanos de Josué que no se conoce.
A lo largo del resto de la película, se ve como Dora ayuda a Josué a buscar a su padre, la única familia que le queda. Parten de Río de Janeiro y pasan por escenarios pobres, marginados, abandonados, donde la gente que vive no tiene acceso a un sistema educativo. Estos lugares son los que provocan desazón en el espectador, por que lamentablemente, sabemos que existen.
Ambos personajes pasan por una serie de obstáculos que deben superar. Por momentos todo indica que deberían rendirse, que sería lo más fácil. Pero no lo hacen. El niño posee un carácter muy fuerte que lo lleva a encontrar a su padre y a no darse por vencido.
En el viaje discute y pelea con Dora, pero luego de pasar tiempo juntos y prevalecer en el viaje, se encariñan el uno con el otro. Así es como la protagonista que todos conocemos como cruel e indiferente a las demás personas, se vuelve frágil y más humana. Hasta le pide que se quede con ella, que lo cuidará como a su hijo. Pero Josué se queda en la casa de su padre (que no sabe si volverá) con sus hermanos. Él debía estar ahí.
Esta película reelabora el concepto de road movies, ya que aquí no vemos el final feliz que usualmente caracteriza a estas viajeras historias (un nuevo hogar en su lugar de destino o un retorno feliz a casa), sino que el niño se queda con su padre y Dora permanece sola, aunque con un gran cambio en su persona, nueva visión de la vida.

Notas de lectura sobre los textos de: Piglia, Chejov, Borges y Carver


Notas de “Tesis sobre el cuento” de Piglia

“Tesis sobre el cuento” no solo me pareció sumamente interesante, si no que me hizo reflexionar mucho.
Piglia expone la tesis de que un relato siempre esconde un cuento secreto. Nunca había considerado esta posibilidad, lo que me llevó a reflexionar acerca de todos los relatos que leí, y que tenían escondido en su interior esa segunda historia, de la cual no me había percatado hasta el momento.
Recordando algunos cuentos, me sorprendo de encontrar no dos relatos secretos, sino tres o cuatro, o aún mas. Un ejemplo, es el caso de la novela Drácula de Bram Stocker (ese libro que significa tanto para mi, como ya he contado en otra ocasión) que posee más de dos relatos. Es una historia contada por todos los protagonistas en forma de crónica, donde cada uno expone lo vivido, sus sentimientos, su parte de historia, y que juntos constituyen el cuento de Drácula. Cada visión de los personajes, del relato, pueden considerarse como distintas historias.
Me gustó mucho este texto tan revelador que escribe Piglia, que produjo lo que algunos no habían logrado: provocar una reflexión en la persona que lo leyó.


Notas de “En el mar. Cuentos de marineros” de Chejov

Luego del relato de Piglia, cada vez que leía otros cuentos buscaba, sin darme cuenta, esa segundo historia escondida.
En el cuento de Chejov me vi atrapada por el descubrimiento de ese relato secreto: la historia entre la novia, su marido (el pastor) y el banquero, que se ve a través del relato contado por el protagonista de la historia principal.
Me gustó el vuelco que dio el cuento al final, pero más aún comprobar que la tesis de Piglia se aplica, como él dice, a todos los cuentos.


Notas de “La forma de la espada” de Borges

Después de haber leído los dos textos anteriores, incorporé no solo el objetivo de encontrar la historia escondida en próximos relatos, sino que además a medida que iba leyendo “La forma de la espada“, me embargaba el sentimiento de que en cualquier momento Borges daría a conocer algún hecho que me sorprendiera y provocara leer más deprisa debido al ansia de querer saber el final.
Ese momento tan deseado llegó cuando el narrador de toda la aventura en la quinta del General Berkeley, confiesa que él es Moon y no su compañero de la historia relatada a Borges.
El cuento escondido en este relato podría ser la historia de cómo el autor llega al lugar en el que habita Moon y qué sucede cuando este termina de contarle su aventura.
Me encantó el final ya que fue totalmente inesperado.


Notas de “¿Porqué no bailan?” de Carver

Este relato me resultó interesante pero algo confuso su final, ya que podría tener distintas interpretaciones. En esta última historia, no podía dejar de ser fiel a mi objetivo. Busqué ese segundo cuento escondido y lo encontré en el principio del relato, cuando el autor narra sobre el hombre que está en la casa bebiendo y recordando momentos y sentimientos. Luego no se hace ninguna alusión más a la vida del hombre, pero describe la visión de la pareja que quiere comprar muebles en el jardín.
El final de esta historia puede interpretarse de distintas formas. Se lo di para leer a mi mejor amiga para que me expresara su opinión. Ella pensó que por ahí el hombre que vieron los chicos, llevaba un tipo de vida nada social y no salía nunca de su casa a menos que fuera necesario, por eso sus vecinos no lo veían y se reían cuando la chica les comentó que el hombre estuvo con ellos.
Unos días después se lo di para leer a mi hermano menor, quien haciendo uso de su imaginación, me dijo que para él el hombre desconocido era el fantasma de quien había habitado la casa anteriormente.
Sin lugar a dudas, este relato provoca que cada uno fantasee con las distintas posibilidades que ofrece el texto de Carver.

Notas del libro "El mismo cuento distinto"

La historia “El mismo cuento distinto”, trata de un hombre que hace cuarenta años leyó ese cuento policial y quedó pasmado por la angustia que sentían las víctimas. Pasado el tiempo olvidó el nombre del libro y hasta se lo dio a alguien.
Años después comienza a viajar y se transforma en vendedor de libros (aunque la verdadera razón de que estuviese radicado allí, fuera para ver donde había vivido la madre, por indicación del padre). Él comienza a sentir que en ese lugar estaban sus raíces.
El hombre encuentra el nombre del libro haciéndolo saltar de la silla: “Magret”, el nombre del detective de su historia. El autor es de John Simenon. Pero no puede conseguirlo por lo que se pregunta si realmente es de ese autor.
Encuentra al escritor en un bar, pero no se anima a preguntarle por el libro, sigue buscando.
En el año 1983 en una fiesta, preguntó a Victor Cohen por los libros que hacía ya treinta años le había dado. Sólo conservaba tres, pero ninguno de ellos era el indicado.
Gracias a Julio Cortázar recordó a Simenon, y a la colección de la cual procedía el misterioso libro.
Finalmente, el hombre lo consigue luego de intentarlo tanto. El libro se llamaba “El hombre de la calle”. Estaba en francés.
El recuerdo de las víctimas perseguidas que narraban su historia, era erróneo. Magret, el perseguidor, era el que contaba el cuento.

Relato Narrativo con Inclusión de Palabras

Esta era sólo una noche de insomnio más del montón. John estaba sentado en su cama, mirando por la gran ventana del piso catorce la ciudad iluminada de Los Ángeles. Pero sus pensamientos volaban lejos de allí, recorrían los sucesos que habían pasado a lo largo de todos esos meses, teniendo como consecuencias decisiones que cambiarían su vida. Mientras recordaba, movía en su mano un vaso de ginebra.
Irse a vivir al extranjero había sido todo un desafío. Había dejado a su familia viviendo en Argentina: sus abuelos, padres, hermanos, sobrinos, su novia; todos formaban parte de ese pasado que tanto extrañaba y a su vez del presente, ya que seguían conformando su vida y no habían perdido contacto ni mucho menos.
Pensando en cómo los acontecimientos habían sucedido el día en que le comunicaron la posibilidad de un trabajo en el exterior, se dio cuenta de lo insólito que fue. Cuando despertó esa mañana temprano, no imaginó que le esperaba una oportunidad única, sino todo lo contrario. En el afán de querer desayunar rápido y mover todos los papeles de la mesa para hacer lugar, golpeó con su mano un pequeño bolsito de maquillaje que había olvidado su novia un día antes (oculto entre la montaña de hojas), haciendo que este cayera de forma estrepitosa al piso. Al recogerlo y abrirlo, no pudo más que hacer una mueca de desagrado cuando vio un espejo roto. Siete años de mala suerte, eso decían. Lo que le faltaba. Además del miedo que habían inculcado todos los vecinos como sentimiento natural, luego de haberse efectuado un robo tras otro en los últimos meses en algunas casas del barrio, ahora también tendría siete años de desgracia, según el mito popular de los espejos rotos.
Terminó de desayunar, se vistió y salió apurado hacia el trabajo, como constantemente le ocurría debido a la lentitud de sus movimientos causados por el sueño. No importaba a qué hora se levantara, siempre debía acelerar el paso para llegar a horario.
Al llegar, su jefe le comentó la posibilidad que le ofrecían de irse a trabajar al exterior. Lo que ciertamente sintió más como una amenaza, ya que sabía que era uno de los pocos con la formación académica necesaria para el manejo de esos difícil problemas informáticos que tenían en esa lejana oficina. Se vio sorprendido y en medio de una encrucijada. Dejar a todos lo que amaba por un futuro que siempre había deseado, o quedarse en su casa actual con su trabajo (en el que seguro tendría alguna consecuencia su negativa, en el caso de darla, no podían enviar a otra persona a hacerlo).
Tras pensarlo mucho y comentarlo con su entorno, aceptó la oferta. Finalmente, luego de luchar por un reconocimiento, llegaba.
No necesitó buscar de una nueva casa, le ofrecían un departamento cerca del lugar de trabajo en el mismo edificio donde vivían una serie de empleados de la empresa, que podía pagar con su nuevo salario tranquilamente. Sólo necesitó unos días para ordenar todas sus cosas y viajó. Ya encontraría la forma de mantener la relación con Clara, su novia de hacía años.
Su nuevo trabajo le encantó, sus compañeros eran muy amables y sin ningún tipo de sentimiento competitivo que debía evadir. Al pasar los días se sintió más cómodo y entabló amistad con muchos de sus colegas, pero eso no ayudaba a dejar de sentir esa extraña sensación en el pecho que había aparecido hace un tiempo.
Todos los días de caminó al trabajo, atravesaba una gran plaza de amplios caminos cercados, un hermoso y corto pasto, y con raras plantas que soportaban las distintas estaciones del año. Un día, luego de salir de la oficina tras haber vivido una de las jornadas más cansadoras que había tenido, decidió hacer un descanso y contemplar el bellísimo paisaje. Se dirigió hacia una pequeña y linda fuente construida hacía años. Se sentó en uno de los grandes bancos y en seguida escuchó un suave quejido animal. Se dio vuelta y se encontró un perro negro, que no debía tener más de una semana de vida. Miró para todos lados, pero no logró ver a nadie. Pensó que lo habían abandonado, así es que lo envolvió en su abrigo y lo levantó del piso. Fue hasta la veterinaria más cercana y contó lo ocurrido. Efectivamente, sólo tenía muy poco tiempo de vida, por lo que necesitaba un cuidado especial. No lo pensó dos veces, compró todo lo necesario para el pequeño cachorro y se lo llevó a su hogar.
Durante días, semanas, meses, y aún hasta ese momento, sentía que era su compañía, su amigo. El perro, llamado Chester, lo adoraba. Lo seguía a todos lados, lo recibía con alegría cuando regresaba de trabajar y si John se dormía, trataba de subirse a su cama para dormir con él sin que se diera cuenta. Ocho meses habían pasado y si bien sus nuevos amigos del trabajo y su nuevo compañero de vivienda lo hacían sentir bien, el sentimiento extraño en el pecho seguía.
Una semana atrás (su primera noche de insomnio), recordó que había guardado algo en valija de viaje que nunca había sacado del bolsillo. El pañuelo con el que había limpiado las lágrimas de Clara en la despedida del aeropuerto estaba allí. Ese fue el momento clave en el que se dio cuenta de la causa de ese sentimiento en el pecho. Ya sabía que la extrañaba, de hecho se lo decía todos los días cuando hablaban por teléfono, pero no cayó realmente en la magnitud de su amor por ella, hasta que tuvo ese pañuelo entre sus manos. Parece algo estúpido, pero abrió sus ojos. Estar enamorado es parecido a sentirse capaz de volar sin levantar los pies del suelo. El mundo empieza a girar sobre otro eje. Ya no se es independiente, sino que se pasa a ser algo dependiente de la persona que se ama. Ya no hay que pensar por uno mismo, sino por el bien de los dos. Todo cambia.
Realmente no era un sentimiento nuevo para John. Sentía eso por su novia desde hacía muchos años, nunca había dejado de amarla. Pero esa vez era distinto. Tener en la mano ese pañuelo manchado por las lágrimas, ya secas, había despertado algo en el interior de él, algo distinto. Y sabía lo que era.
A la mañana siguiente la llamó. Hablaron durante mucho tiempo y finalmente la invitó a pasar unos días con él, dentro de una semana. Ella siempre que podía lo visitaba, pero no tanto como ambos quisieran, ya que Clara no podía pagarse el pasaje con su sueldo y él tampoco. Durante la semana compró su pasaje con los ahorros que tenía (ella lo retiraría en el aeropuerto de Argentina) y también un presente. Más que un regalo para darle, era algo para los dos.
En esos momentos, sentado en la cama mirando por la ventana, a sólo unos momentos de que Clara llegara a su casa (lo había llamado para decirle que su vuelo salió antes de lo esperado y ya había llegado al aeropuerto), sentía más nervios de los que había pensado que sentiría.
Dejó su vaso sobre la mesita de luz y tomó una pequeña cajita negra. La abrió. El anillo con diamantes brillaba desde el interior. Esperaba que le gustara. Esperaba que aceptara. Esperaba que quisiera comenzar una nueva vida junto a él. Pero John sabía que era mucho lo que pedía. Debía cambiar de hogar, de país. Dejar a su familia. No sabría si ella sería capaz de todo eso. Él no podía abandonar su trabajo, su sueño por el que tanto había luchado. Y quería estar con ella, sólo con ella, por siempre.
Los nervios, la ansiedad, todo rebalsaba. Tenía dudas sobre cual sería su respuesta, ese era el mayor miedo. No pretendía seguir estando solo, era hora de formar una familia. Quería que el polluelo, que había salido del cascarón al irse a vivir tan lejos y superar todos los difíciles retos que le ponía su nueva vida, se convirtiera en pájaro para poder volar. Pero sólo quería volar estando acompañado de una persona. En ese momento, interrumpiendo sus pensamientos, sonó el timbre de la puerta. Caminó rápidamente y la abrió. Allí estaba: la mujer más linda que había contemplado jamás y a la que amaría por el resto de su vida. En cuanto miró sus oscuros ojos, vio reflejado el mismo amor, la misma extraña expresión de nervios. Ella sonrió y él supo en ese mismo instante, que ella diría que sí, que tendrían una feliz vida, uno junto al otro, amándose hasta siempre, porque ella sentía exactamente igual que él.

Notas - Relato sobre el 24 de Marzo

Un año más ha pasado y nuevamente llegó el 24 de marzo. Esta fecha que tendría que tener una concientización importante por parte de los medios, no pudo estar más lejos de lo que merecía. Creo que trató el tema de forma muy obligada, lo justo y necesario, para no provocar en un futuro el comentario de que no se había hablado del tema.
Los diarios dijeron que un día antes, el 23 de marzo, ya se había empezado a conmemorar el acto de repudio a treinta y tres años del último golpe militar. Dieron a conocer los organismos de derechos humanos que participaron y la cantidad de gente que acudió a la plaza de Mayo.
Es una pena que los medios, con la llegada masiva que tienen a millones de personas, lo desaprovechen y lo utilicen para cumplir con la obligación de dar la noticia, y solamente eso.

Mi experiencia de Escritura y Línea del Tiempo

Línea del tiempo de mis Escrituras

8 años 1996 Mi primer cuento de ficción.

12 años 2000 Escritura de una historia para un concurso realizado en la primaria del colegio.

17 años 2005 Monografía sobre el Martín Fierro.


Mi experiencia de Escritura

Leer fue mi primera pasión, escribir la segunda.
Desde muy temprana edad me vi envuelta en las diversas historias que me ofrecían los libros para entretenerme, por lo que sólo me abocaba a la lectura.
Recién a los ocho años que intenté cambiar el rol de receptiva de cuentos, a creadora de los mismos. La inspiración que sentí tuvo origen en una novela para niños que había leído. Al llegar al final y saber que no habría otro próximo encuentro entre esos cuentos y yo, decidí escribir una continuación de esa historia.
Pero con el tiempo se convirtió en algo más difícil de lo que pensaba y llegado a un determinado punto no supe cómo continuar. Fue mi historia sin final.
Esa fue la primera vez que me enfrenté al desafío de la escritura. Cuatro años después, llegaría el segundo momento.
A los 12 años (ya en séptimo grado) se realizó en mi colegio un concurso con todos los alumnos de los últimos dos años de primaria. Teníamos que escribir un cuento relativamente largo con la única condición de incluir en el relato, una serie de objetos que los profesores nos indicaron. El resto corría por cuenta nuestra. Podíamos escribir sobre lo que quisiéramos a lo largo de unos cuantos días estipulados para la elaboración del texto.
Luego de una semana de haber entregado las historias, nuestros maestros anunciarían a los finalistas y al ganador.
Al principio pensé que no podría terminarlo, pero a medida que escribía la imaginación me facilitaba el siguiente paso. Antes de lo que pensé, tenía escrita mi historia y ganado mi reto personal, ya que esta vez sí había logrado terminar un cuento largo.
A la semana nos dieron los resultados del concurso y me sorprendió enterarme que si bien no había sido la ganadora, había llegado a la final. No sólo había triunfado contra mi desafío interno de finalizar la historia, sino que tenía una medalla para demostrarlo.
Pero no fue hasta los diecisiete años (mi último año de secundaria) cuando tuve que enfrentarme a algo que no me provocaba placer escribir, a diferencia de lo que me había sucedido siempre. Debía hacer una monografía sobre el Martín Fierro.
Para ser honesta, me aburría terriblemente y no podía conciliar la idea de escribir hojas y hojas desarrollando la hipótesis impuesta por la profesora.
Una vez más, me puse en el rol de escritora y comencé con una redacción difícil y larga. Un mes era el tiempo que teníamos para elaborarla, un mes fue lo que me llevó realizarla. Me costó lo que pensaba, pero finalmente estaba terminada.
Tras releerla un centenar de veces, sentir la sorpresa de haber podido con mi tercer desafío y los nervios del momento, entregué mi monografía, mi último trabajo de la secundaria, consiguiendo una buena nota como resultado. Una vez más, logré terminar ese largo texto.
La satisfacción de terminar un extenso cuento, fábula, análisis, es más que de bienestar. No sólo cumplí consignas y conseguí buenas notas o llegar a la final del concurso, sino que superé el pensamiento inicial que me agobiaba.
Pude empezar y terminar lo que escribía, ser escritora de mis historias.

Mi experiencia de Lectura y Línea del Tiempo

Línea del tiempo de mis lecturas

10 años “El Pequeño Vampiro”

12 años “Harry Potter”
“Cianuro Espumoso”
“El misterioso Sr. Brown”

14 años “Orgullo y Prejuicio”
“Sensatez y Sentimiento”
“Relato de un Náufrago”

16 años “Drácula”
“Los tres Mosqueteros”
“La importancia de llamarse Ernesto”


Mi experiencia de Lectura

Siempre me gustaron las historias fantásticas. Recuerdo las noches que de pequeña compartía con mis dos primas en el jardín de la casa de mi abuela, cuando ella nos contaba esas terroríficas historias de monstruos, demonios y, sobre todo, vampiros. La verdad es que desde que supe de su existencia, me vi atrapada por los cuentos y leyendas de estos últimos. Sin lugar a dudas era mi preferido dentro del género.
Jamás podré olvidar cuando nos sentábamos sobre la gran manta en el medio del jardín alrededor de mi abuela Había sólo unas pocas luces encendidas, creando el clima perfecto para asustarnos lo justo y necesario, provocando la falta de sueño que nos llevaba a pasar las noches en vela sin dejar de comentar la historia escuchada, y a la vez, nos obligaba a mirar de reojo hacia los rincones oscuros.
Siempre admiré su imaginación y su capacidad de asustar. De nosotras tres, yo era la que esperaba con mayor ansiedad esas tenebrosas noches, y ella lo sabía.
Al crecer, nuestros encuentros empezaron a posponerse por distintos motivos. La magia que me esperaba todos los fines de semana en ese jardín, transformado por mi imaginación en un mundo de fantasía, comenzó a desaparecer conforme nos reuníamos menos.
A los 12 años mi abuela me regaló un libro: Drácula. Lejos de sufrir una decepción, me fascinó. Leí las primeras hojas minutos después de haberlo recibido y no pude más que hacerme una promesa: sólo lo leería los fines de semana cuando me quedara a dormir en su casa, de noche y en ese pequeño prado convertido en los distintos escenarios de mis historias fantásticas.
No hubo un sábado o domingo que no estuviese sentada en ese jardín, abstraída por esa terrorífica leyenda. Aún hoy, recuerdo lo que sentía allí en el pasto rodeada por la oscura ligustrina: cómo la ansiedad (producto de esos momentos claves) me llevaba a acelerar la lectura y modificaba los gestos de mi cara. Nunca voy a olvidar cuando al comienzo de la historia, Jonathan Harker (uno de los personajes principales), es llevado al castillo del conde Drácula en una carreta manejada por un cochero misterioso. La tenebrosa descripción que realiza Bram Stoker de él, llevó a mi imaginación a crear un personaje aterrador y escalofriante, que sólo hacia que me apasionara más por la lectura.
Otro momento que recuerdo, probablemente el que me dio mayor sensación de terror debido a lo sobrenatural de la situación, fue cuando nuevamente Jonathan Harker relata el momento en que vio desde la ventana de su habitación (aunque celda describiría mejor donde se hallaba, ya que lo había tomado prisionero el conde), como su anfitrión sale por la ventana de su cuarto en la torre y desciende por la misma pegado a ella como lo haría una lagartija. Recuerdo que al leer esa parte, sin darme cuenta, cambié la postura: sentada como estaba en el jardín, encogí mis piernas cerca del cuerpo y mantuve el libro abierto con una mano mientras con la otra me tapaba la boca, como quien tiene miedo al ver una película. Mi abuela, que me observaba por la ventana, se rió al verme con esa expresión en el rostro, provocando que yo me riera también.
En ese momento fui consciente de lo mucho que significaba para mí el ambiente en el que leía que me transportaba a compartir escenas con los personajes y hasta enfrentarme con el mismísimo dueño de mis fantasías, Drácula.
Pasados los años no volví a leer el libro si bien es uno de mis preferidos. Me gustaría entrar en ese mundo fantástico nuevamente, pero sé que no será lo mismo si no lo leo en el contexto que provocó tanto en mí anteriormente.
La importancia que tiene esa historia para mí es inexplicable, ya que fue la bienvenida a un mundo distinto y único al que siempre puedo acudir, y de hecho lo haré con frecuencia el resto de mi vida.