viernes, 17 de julio de 2009

Crónica realizada sobre el Centro Cultural Recoleta

El día comenzó temprano para mí, me había levantado a las ocho y media de la mañana con el objetivo de desayunar tranquila y tener tiempo para llegar unos minutos antes de las diez al Centro Cultural Recoleta.
Mientras viajaba hasta allí, pensaba en cómo terminamos en ese lugar, en nuestro “plan B”. La idea original había sido ir con dos compañeras de clase a una obra de teatro, donde una de las actrices era conocida del padre de una de las chicas. Desafortunadamente ninguna de nosotras podíamos asistir el sábado a la noche al teatro, por lo que comenzamos a buscar alternativas vía mail. Una de las ellas mando tres ‘links’ con centros culturales distintos, uno de ellos se transformó en nuestro futuro plan B. Nos decidimos por el Centro Cultural Recoleta y su exposición de arte.
Llegué y esperé en la puerta mientras mis compañeras llegaban, pero una de ellas ya estaba adentro, así que entré con ella y nos pusimos a observar todo mientras llegaba la que faltaba.
Nos recibió un gran mostrador con muchos folletos donde contaban las distintas cosas que se podían ver en el Centro Cultural, pero lo que me llamó la atención fueron distintos aparatos de casi un metro y medio de altura. Nos acercamos a verlos más de cerca. Eran parecidas a esas máquinas en las que uno debe ingresar una moneda para obtener una gaseosa, o agua. Pero el lugar en donde se tendría que haber ingresado la moneda era de mentira, y no había gaseosas ni nada para tomar, en lugar de eso había pequeñas cajitas de cigarrillos con distintos dibujos. Cada aparato (había por lo menos cinco), estaba pintado con distintos colores, de acuerdo a distintos temas, que también respetaban las pequeñas cajitas. Sacamos algunas fotos de aquella extraña pero a la vez bonita demostración de arte, y seguimos adelante.
Se nos unió la compañera faltante y empezamos a recorrer un largo pasillo que a su izquierda y derecha tenía salas con distintas exposiciones.
Al principio tuve una sensación rara en el Centro Cultural. Ya había ido de más chica con el colegio y tenía en mi mente una idea de lo que me esperaba. Pero a su vez había pasado tanto tiempo, que no sabía que tan cambiado podías estar todo. Y cuando digo todo, me refiero tanto al Centro como a la concepción de arte que se podría tener en este momento del presente. Y no me equivoqué en ese pensamiento.
Empezamos a entrar en las distintas salas (siempre sacando fotos y tratando de grabar a algunas personas hablando, lo que nos resultó muy difícil ya que había muy poca gente). En total vimos once salas con muestras totalmente diferentes.
La primera contenía una serie de pinturas y de exposiciones artísticas realizadas con distintos materiales. Me resultaron extrañas algunas, pero no por eso menos bellas. Eran muy lindas. Tomamos fotos de lo que nos pareció interesante con una de las chicas mientras la otra tomaba notas.
Pasamos a la siguiente sala y nos encontramos con algo parecido, aunque se trataba de un tema y autor distinto.
La tercera de las sala tenía de nombre Prometeus, de Lucrecia Seligra (que poseía pinturas circulares en distintos colores que expresaban distintas cosas o sentimientos).
La siguiente era de Patricia Altmark, mostrando algunas de sus obras con materiales como arena de colores, polvo de ladrillo y sucesivas capas de pintura. Cuando comencé a mirar la exposición de esta obra, me sorprendió ver que no encontraba un hilo conductor, ni podía ver lo que significaba cada una de las pinturas. Cuando salí de la sala me fijé en una cartelera donde nombraba a cada una de las exposiciones de los artistas y explicaba la idea de los autores o de que trataban. Encontré la que recién había visto: “En la obra de Altmark no hay anécdota, no hay representación, no reproduce nada, ‘pintar es pintar’, no busca la perfección, hay en ella, mucho de intuición…”. Leer estos dos renglones en esa cartelera llena de indicaciones y explicaciones, me hizo pensar, me hizo dudar y reflexionar sobre la concepción de cada uno. Lo que cada persona imagina al pensar en el arte. Ciertamente esto era lo que se imaginaba Altmark sobre lo que siente al pintar.
La quinta demostración era de Mark Parr con el tema de “Playa”, fue la primera en sorprenderme. Constaba de imágenes, fotos sacadas a personas en distintas playas. La gente estaba en diferentes poses (sentada en la arena, parada, sentada en una reposera) hablando, escuchando radio o Cd’s en raros aparatos de música (aquí nunca vistos), niños jugando, etc. Algunos rasgos en los rostros de las personas delataban distintas nacionalidades. Cada foto tenía su encanto. Sin embargo me recordó mucho a las fotos que suelo tomar en vacaciones, cuando sorprendo a algún integrante de mi familia o a amigos cuando se quedan dormidos tomando sol, o comiendo un sándwich mitad lleno de arena gracias al viento, etc. Las fotos guardadas en mi cajón vinieron rápidamente a mi mente acompañadas por una sola pregunta: ¿yo también estaba haciendo arte al tomar esas fotos capturando momentos distintos?
Luego entramos en la siguiente sala, donde definitivamente las tres nos llevamos una sorpresa. Era de Claudia Aranovich y se llamaba “Zona de Luz”. Allí pudimos contemplar instalaciones espaciales, esculturas, relieves, cajas lumínicas, trabajos de orientación objetual que incluyen elementos paisajísticos, e inclusive fotografías fundidas en el poliéster o impresas sobre metal. Algunas habían sido realizadas con materiales como chapa de hierro, cobre, madera, cemento, vidrio y papel. Era muy extraño estar en esa habitación, con distintas formas geométricas gigantes, ciertamente inspiraba un clima raro. Las tres nos mostramos igual de confusas al contemplar las distintas esculturas. Había muchas en forma de huevos gigantes, parecía que algo adentro estaba por cobrar vida. Algunos de esas esculturas tenían plumas y otras materiales. Al final de la sala, había una gran escultura que colgaba del techo sólo un poco más arriba de nuestra altura. Tenía la forma de Argentina, para mí. Había algunas luces en distintas partes, y se posaba sobre una tabla blanca redonda (pero sin tocarla), que contenía un poema en forma de círculos, que para leerlo tenías que ir dando vueltas alrededor. A raíz de la sorpresa en esa sala, volvió a insistir en mi cabeza la pregunta sobre el arte. Eso se consideraba arte para la persona que lo había hecho, pero yo no sabía cómo tomarlo.
Al final de esa sala, pasando la escultura colgante de nuestro país, había otra sala, la de Claudia Fernández llamada “Tiempo”. Había distintos tipos de pinturas mostrando las distintas estaciones del año, los diferentes “tiempos” que pasamos, mediante un cielo oscuro de invierno, o un árbol en plena tarde con hojas caídas.
Nuestra próxima sala fue la de Juan Fontana llamada “Ciudad Dorada”. Nuestro primer vistazo nos dejó anonadadas. Había demasiados disquetes sobre una larga mesa. Todos pintados de color dorado, con alguna lentejuela pegada en algún lugar (que nunca se repetía). No entendíamos como podía ser una “ciudad”, ya que para nosotras no tenía esa forma. Nuevamente, las distintas concepciones de lo artístico invadían mi mente. Miramos todo con gran interés, tomamos notas, sacamos fotos, y luego leímos lo que decía en la cartelera: “En la exposición, un dibujo de Juan Fontana niño inicia el relato de la instalación, compuesta de una pintura, un dibujo y 10.000 disquetes, convertidos en tablillas (a la manera de las antiguas tablas mesopotámicas y egipcias), con nueva información: signos, marcas y tramas. Aparentan ser mapas con ubicación de posibles “tesoros”. Entonces pensé que si podía ser una ciudad, pero no como la nuestra del presente, con nuestros grandes edificios, algunas plazas y largas calles. Que diferente era todo en cada mente.
La siguiente sala era la número seis, una muestra de homenaje a Nélida Lobato en conmemoración del 27º aniversario de su muerte. En la misma se exponían fotografías, objetos personales, vestuario, programas y filmografía. La exposición estaba organizada conceptualmente en 3 ejes: retratos, Nélida mujer y Nélida vedette, teniendo esta secuencia un correlato en la selección del material audiovisual y fotográfico. Nos quedamos unos minutos observando, nuevamente tomando fotos y notas, y nos dirigimos hacia la última sala, la número siete.
Entramos y observamos las pinturas que había. Sacamos fotos y tomamos notas.
Al salir de la sala y volver por el pasillo hacia en hall central del Centro Cultural, nos dimos cuentas que había más gente que cuando llegamos. Todos igualmente inmersos en el mundo del arte, mirando las distintas obras.
Llegué a mi casa pensando que fue una experiencia distinta a la vivida años atrás en una excursión escolar. Esta ves, siendo más grande y teniendo otras ideas y conceptos aprendidos, veía las cosas diferente. La última vez que había ido a una exposición, había aceptado todo como arte sin discutir ni criticar sobre si lo era o no, sólo expresaba mi gusto: si me gustaba o no la pintura, escultura o lo que sea que viese. En cambio ese día había sido distinto, comencé a dudar sobre si era arte o no lo que veía. No comprendía como algunas cosas tan extrañas eran consideradas dentro de esa categoría. Aún hoy, me lo sigo preguntando tratando de encontrar una respuesta.
Es una experiencia que tendría que repetir y ver si nuevamente volvería a preguntármelo en un futuro. De lo que no dudo es lo interesante que resultó para mí. Tanto la exposición, como lo que me provocó luego.

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