viernes, 17 de julio de 2009

Relato Narrativo con Inclusión de Palabras

Esta era sólo una noche de insomnio más del montón. John estaba sentado en su cama, mirando por la gran ventana del piso catorce la ciudad iluminada de Los Ángeles. Pero sus pensamientos volaban lejos de allí, recorrían los sucesos que habían pasado a lo largo de todos esos meses, teniendo como consecuencias decisiones que cambiarían su vida. Mientras recordaba, movía en su mano un vaso de ginebra.
Irse a vivir al extranjero había sido todo un desafío. Había dejado a su familia viviendo en Argentina: sus abuelos, padres, hermanos, sobrinos, su novia; todos formaban parte de ese pasado que tanto extrañaba y a su vez del presente, ya que seguían conformando su vida y no habían perdido contacto ni mucho menos.
Pensando en cómo los acontecimientos habían sucedido el día en que le comunicaron la posibilidad de un trabajo en el exterior, se dio cuenta de lo insólito que fue. Cuando despertó esa mañana temprano, no imaginó que le esperaba una oportunidad única, sino todo lo contrario. En el afán de querer desayunar rápido y mover todos los papeles de la mesa para hacer lugar, golpeó con su mano un pequeño bolsito de maquillaje que había olvidado su novia un día antes (oculto entre la montaña de hojas), haciendo que este cayera de forma estrepitosa al piso. Al recogerlo y abrirlo, no pudo más que hacer una mueca de desagrado cuando vio un espejo roto. Siete años de mala suerte, eso decían. Lo que le faltaba. Además del miedo que habían inculcado todos los vecinos como sentimiento natural, luego de haberse efectuado un robo tras otro en los últimos meses en algunas casas del barrio, ahora también tendría siete años de desgracia, según el mito popular de los espejos rotos.
Terminó de desayunar, se vistió y salió apurado hacia el trabajo, como constantemente le ocurría debido a la lentitud de sus movimientos causados por el sueño. No importaba a qué hora se levantara, siempre debía acelerar el paso para llegar a horario.
Al llegar, su jefe le comentó la posibilidad que le ofrecían de irse a trabajar al exterior. Lo que ciertamente sintió más como una amenaza, ya que sabía que era uno de los pocos con la formación académica necesaria para el manejo de esos difícil problemas informáticos que tenían en esa lejana oficina. Se vio sorprendido y en medio de una encrucijada. Dejar a todos lo que amaba por un futuro que siempre había deseado, o quedarse en su casa actual con su trabajo (en el que seguro tendría alguna consecuencia su negativa, en el caso de darla, no podían enviar a otra persona a hacerlo).
Tras pensarlo mucho y comentarlo con su entorno, aceptó la oferta. Finalmente, luego de luchar por un reconocimiento, llegaba.
No necesitó buscar de una nueva casa, le ofrecían un departamento cerca del lugar de trabajo en el mismo edificio donde vivían una serie de empleados de la empresa, que podía pagar con su nuevo salario tranquilamente. Sólo necesitó unos días para ordenar todas sus cosas y viajó. Ya encontraría la forma de mantener la relación con Clara, su novia de hacía años.
Su nuevo trabajo le encantó, sus compañeros eran muy amables y sin ningún tipo de sentimiento competitivo que debía evadir. Al pasar los días se sintió más cómodo y entabló amistad con muchos de sus colegas, pero eso no ayudaba a dejar de sentir esa extraña sensación en el pecho que había aparecido hace un tiempo.
Todos los días de caminó al trabajo, atravesaba una gran plaza de amplios caminos cercados, un hermoso y corto pasto, y con raras plantas que soportaban las distintas estaciones del año. Un día, luego de salir de la oficina tras haber vivido una de las jornadas más cansadoras que había tenido, decidió hacer un descanso y contemplar el bellísimo paisaje. Se dirigió hacia una pequeña y linda fuente construida hacía años. Se sentó en uno de los grandes bancos y en seguida escuchó un suave quejido animal. Se dio vuelta y se encontró un perro negro, que no debía tener más de una semana de vida. Miró para todos lados, pero no logró ver a nadie. Pensó que lo habían abandonado, así es que lo envolvió en su abrigo y lo levantó del piso. Fue hasta la veterinaria más cercana y contó lo ocurrido. Efectivamente, sólo tenía muy poco tiempo de vida, por lo que necesitaba un cuidado especial. No lo pensó dos veces, compró todo lo necesario para el pequeño cachorro y se lo llevó a su hogar.
Durante días, semanas, meses, y aún hasta ese momento, sentía que era su compañía, su amigo. El perro, llamado Chester, lo adoraba. Lo seguía a todos lados, lo recibía con alegría cuando regresaba de trabajar y si John se dormía, trataba de subirse a su cama para dormir con él sin que se diera cuenta. Ocho meses habían pasado y si bien sus nuevos amigos del trabajo y su nuevo compañero de vivienda lo hacían sentir bien, el sentimiento extraño en el pecho seguía.
Una semana atrás (su primera noche de insomnio), recordó que había guardado algo en valija de viaje que nunca había sacado del bolsillo. El pañuelo con el que había limpiado las lágrimas de Clara en la despedida del aeropuerto estaba allí. Ese fue el momento clave en el que se dio cuenta de la causa de ese sentimiento en el pecho. Ya sabía que la extrañaba, de hecho se lo decía todos los días cuando hablaban por teléfono, pero no cayó realmente en la magnitud de su amor por ella, hasta que tuvo ese pañuelo entre sus manos. Parece algo estúpido, pero abrió sus ojos. Estar enamorado es parecido a sentirse capaz de volar sin levantar los pies del suelo. El mundo empieza a girar sobre otro eje. Ya no se es independiente, sino que se pasa a ser algo dependiente de la persona que se ama. Ya no hay que pensar por uno mismo, sino por el bien de los dos. Todo cambia.
Realmente no era un sentimiento nuevo para John. Sentía eso por su novia desde hacía muchos años, nunca había dejado de amarla. Pero esa vez era distinto. Tener en la mano ese pañuelo manchado por las lágrimas, ya secas, había despertado algo en el interior de él, algo distinto. Y sabía lo que era.
A la mañana siguiente la llamó. Hablaron durante mucho tiempo y finalmente la invitó a pasar unos días con él, dentro de una semana. Ella siempre que podía lo visitaba, pero no tanto como ambos quisieran, ya que Clara no podía pagarse el pasaje con su sueldo y él tampoco. Durante la semana compró su pasaje con los ahorros que tenía (ella lo retiraría en el aeropuerto de Argentina) y también un presente. Más que un regalo para darle, era algo para los dos.
En esos momentos, sentado en la cama mirando por la ventana, a sólo unos momentos de que Clara llegara a su casa (lo había llamado para decirle que su vuelo salió antes de lo esperado y ya había llegado al aeropuerto), sentía más nervios de los que había pensado que sentiría.
Dejó su vaso sobre la mesita de luz y tomó una pequeña cajita negra. La abrió. El anillo con diamantes brillaba desde el interior. Esperaba que le gustara. Esperaba que aceptara. Esperaba que quisiera comenzar una nueva vida junto a él. Pero John sabía que era mucho lo que pedía. Debía cambiar de hogar, de país. Dejar a su familia. No sabría si ella sería capaz de todo eso. Él no podía abandonar su trabajo, su sueño por el que tanto había luchado. Y quería estar con ella, sólo con ella, por siempre.
Los nervios, la ansiedad, todo rebalsaba. Tenía dudas sobre cual sería su respuesta, ese era el mayor miedo. No pretendía seguir estando solo, era hora de formar una familia. Quería que el polluelo, que había salido del cascarón al irse a vivir tan lejos y superar todos los difíciles retos que le ponía su nueva vida, se convirtiera en pájaro para poder volar. Pero sólo quería volar estando acompañado de una persona. En ese momento, interrumpiendo sus pensamientos, sonó el timbre de la puerta. Caminó rápidamente y la abrió. Allí estaba: la mujer más linda que había contemplado jamás y a la que amaría por el resto de su vida. En cuanto miró sus oscuros ojos, vio reflejado el mismo amor, la misma extraña expresión de nervios. Ella sonrió y él supo en ese mismo instante, que ella diría que sí, que tendrían una feliz vida, uno junto al otro, amándose hasta siempre, porque ella sentía exactamente igual que él.

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