Línea del tiempo de mis lecturas
10 años “El Pequeño Vampiro”
12 años “Harry Potter”
“Cianuro Espumoso”
“El misterioso Sr. Brown”
14 años “Orgullo y Prejuicio”
“Sensatez y Sentimiento”
“Relato de un Náufrago”
16 años “Drácula”
“Los tres Mosqueteros”
“La importancia de llamarse Ernesto”
Mi experiencia de Lectura
Siempre me gustaron las historias fantásticas. Recuerdo las noches que de pequeña compartía con mis dos primas en el jardín de la casa de mi abuela, cuando ella nos contaba esas terroríficas historias de monstruos, demonios y, sobre todo, vampiros. La verdad es que desde que supe de su existencia, me vi atrapada por los cuentos y leyendas de estos últimos. Sin lugar a dudas era mi preferido dentro del género.
Jamás podré olvidar cuando nos sentábamos sobre la gran manta en el medio del jardín alrededor de mi abuela Había sólo unas pocas luces encendidas, creando el clima perfecto para asustarnos lo justo y necesario, provocando la falta de sueño que nos llevaba a pasar las noches en vela sin dejar de comentar la historia escuchada, y a la vez, nos obligaba a mirar de reojo hacia los rincones oscuros.
Siempre admiré su imaginación y su capacidad de asustar. De nosotras tres, yo era la que esperaba con mayor ansiedad esas tenebrosas noches, y ella lo sabía.
Al crecer, nuestros encuentros empezaron a posponerse por distintos motivos. La magia que me esperaba todos los fines de semana en ese jardín, transformado por mi imaginación en un mundo de fantasía, comenzó a desaparecer conforme nos reuníamos menos.
A los 12 años mi abuela me regaló un libro: Drácula. Lejos de sufrir una decepción, me fascinó. Leí las primeras hojas minutos después de haberlo recibido y no pude más que hacerme una promesa: sólo lo leería los fines de semana cuando me quedara a dormir en su casa, de noche y en ese pequeño prado convertido en los distintos escenarios de mis historias fantásticas.
No hubo un sábado o domingo que no estuviese sentada en ese jardín, abstraída por esa terrorífica leyenda. Aún hoy, recuerdo lo que sentía allí en el pasto rodeada por la oscura ligustrina: cómo la ansiedad (producto de esos momentos claves) me llevaba a acelerar la lectura y modificaba los gestos de mi cara. Nunca voy a olvidar cuando al comienzo de la historia, Jonathan Harker (uno de los personajes principales), es llevado al castillo del conde Drácula en una carreta manejada por un cochero misterioso. La tenebrosa descripción que realiza Bram Stoker de él, llevó a mi imaginación a crear un personaje aterrador y escalofriante, que sólo hacia que me apasionara más por la lectura.
Otro momento que recuerdo, probablemente el que me dio mayor sensación de terror debido a lo sobrenatural de la situación, fue cuando nuevamente Jonathan Harker relata el momento en que vio desde la ventana de su habitación (aunque celda describiría mejor donde se hallaba, ya que lo había tomado prisionero el conde), como su anfitrión sale por la ventana de su cuarto en la torre y desciende por la misma pegado a ella como lo haría una lagartija. Recuerdo que al leer esa parte, sin darme cuenta, cambié la postura: sentada como estaba en el jardín, encogí mis piernas cerca del cuerpo y mantuve el libro abierto con una mano mientras con la otra me tapaba la boca, como quien tiene miedo al ver una película. Mi abuela, que me observaba por la ventana, se rió al verme con esa expresión en el rostro, provocando que yo me riera también.
En ese momento fui consciente de lo mucho que significaba para mí el ambiente en el que leía que me transportaba a compartir escenas con los personajes y hasta enfrentarme con el mismísimo dueño de mis fantasías, Drácula.
Pasados los años no volví a leer el libro si bien es uno de mis preferidos. Me gustaría entrar en ese mundo fantástico nuevamente, pero sé que no será lo mismo si no lo leo en el contexto que provocó tanto en mí anteriormente.
La importancia que tiene esa historia para mí es inexplicable, ya que fue la bienvenida a un mundo distinto y único al que siempre puedo acudir, y de hecho lo haré con frecuencia el resto de mi vida.
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